Oh Espíritu santificador, me postro ante Vos y Os adoro en la más
profunda aniquilación de mi alma. Os agradezco todas las gracias
que me habéis concedido hasta hoy, y Os pido que me perdonéis
por haberles correspondido tan mal. Oh, Espíritu Santo, no tengáis
en cuenta mis pecados, sino sólo Vuestra infinita misericordia y
Vuestro tan ardiente deseo de santificarme. De ahora en adelante,
quiero satisfaceros plenamente. En el pasado, fui un pecador
ingrato, pero ya no lo será en el futuro. De ahora en adelante,
renuncio al pecado y a todos los afectos terrenales; quiero
consagrarme enteramente a Vuestro amor.
Pero no puedo hacer nada por mí mismo. Os corresponde a Vos,
Espíritu santificador, hacer esta gran maravilla de convertirme en
un santo. No es difícil para Vos. En el pasado habéis hecho tan
admirables obras maestras de santidad. ¿No fuisteis Vos quien
formó el adorable cuerpo y alma de Jesucristo, la cabeza y
modelo de todos los predestinados? ¿No fuisteis Vos quien
también habéis mantenido el alma de la Santísima Virgen María
libre de toda mancha, y La habéis elevado a la más alta santidad?
Y cuántas almas en el curso de los siglos habéis preservado del
pecado, o purificado después de sus faltas, y luego, por Vuestros
dones divinos, las habéis llevado a la cumbre de la perfección!
Oh, Espíritu Santo, lo que habéis hecho por los demás, podéis
hacerlo también por mí. No sólo podéis hacerlo, sino que lo
queréis: esta es Vuestra misión especial, hacernos santos.
Tened piedad de mí entonces, pobre pecador; no me rechacéis,
por muy indigno que sea de Vuestra bondad. Ya no deseo impedir
las operaciones de Vuestra gracia; me entrego a ella sin reservas.
Lávedme en las lágrimas de la penitencia y en la sangre de
Jesucristo. Ilumínedme con Vuestras luces divinas. Enciéndedme
con los santos fuegos de la caridad. Dadme el amor a la oración y
a todas las virtudes que deseáis ver en mí. Padre de los pobres,
Dispensador de los dones celestiales, escuchad mi humilde
oración; Os suplico, por los méritos del Redentor y por la
intercesión de Vuestra querida Esposa, la Santísima Virgen María.
Que sea todo Vuestro como deseáis ser todo mío. Llévadme a la
morada de los bienaventurados, para que después de haberos
amado tanto en la tierra, pueda seguir amándoos en el cielo, junto
con el Padre y el Hijo, por los siglos de los siglos. Amén.
7 Ave María, 7 Gloria al Padre.