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Liturgia para los domingos y las fiestas principales
Reflexión sobre la liturgia del día – de L’Année Liturgique, de Dom Prosper Guéranger
Introito
Ten piedad de mí, Señor, pues a Ti clamo todo el día: porque Tú, Señor, eres suave y manso, y copioso en misericordia para todos los que tTe invocan. — Salmo: Inclina, Señor, Tu oído hacia mí, y óyeme: porque soy débil y pobre. Gloria al Padre…
Colecta
Suplicámoste, Señor, nos prevenga y siga siempre Tu gracia: y haga nos apliquemos constantemente a las buenas obras. Por Nuestro Señor Jesucristo.
Epístola
Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Efesios (III, 13-21).
Hermanos: Os ruego que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales son vuestra gloria. Por esto, doblo mis rodillas ante el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, del cual procede toda paternidad en los cielos y en la tierra, para que, según las riquezas de Su gloria, haga que seáis corroborados con vigor por Su Espíritu en el hombre interior: que Cristo habite por la fe en vuestros corazones: que estéis enraizados y cimentados en la caridad, para que podáis comprender con todos los Santos cuál sea la anchura, y la largura, y la sublimidad, y la hondura: que conozcáis también la caridad de Cristo, que sobrepuja toda ciencia, para que seáis henchidos de toda la plenitud de Dios. Y Al que es poderoso para hacerlo todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros, a El sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las generaciones y siglos. Amén.
Reflexión sobre la Epístola
Nuestro consentimiento en el misterio de Cristo. — ¿Cuál es el objeto de la oración del Apóstol, tan solemne en su actitud y en su acento? Ya que hemos sido testigos de todos los misterios de la Liturgia y que conocemos las riquezas de la bondad de Dios, ¿nos queda algo que pedirle? San Pablo nos lo dice: Todo lo que hizo el Señor resultará estéril, si no es atendida esta oración, y es que, en efecto, el misterio de Cristo verdaderamente sólo en nosotros tiene cabal término: el nudo, el desenlace, el éxito de este gran drama divino que va de la eternidad a la eternidad, están por completo en el corazón del hombre. La Iglesia, los sacramentos, la Eucaristía, todo el conjunto del esfuerzo divino no tiene otra finalidad que la santificación de cada una de nuestras almas individuales; esto es todo lo que Dios Se propone. Si Dios lo consigue, el misterio de Cristo es un éxito; si fracasa, Dios trabajó inútilmente, al menos para el alma que se haya sustraído a Su acción. En el corazón, pues, del hombre, se prepara la solución: se trata de saber si la intención eterna quedará burlada, si los dolores y la sangre del Calvario recogerán su fruto, si la eternidad futura será para cada uno lo que Dios quiso.
Nuestro crecimiento espiritual. — Con el fin de que Dios no sea vencido y que Su amor no sea traicionado, el Apóstol pide a Dios con instancias para las almas tres grados de gracia, en los que se resume todo lo que debe ser la vida cristiana para adaptarse al pensamiento y al amor de Dios, y todo cuanto debemos hacer.
En primer lugar, dice el Apóstol, fortificarnos por el Espíritu en el ser interior y nuevo que se nos dió por el bautismo, destruir hasta en sus últimos vestigios al hombre viejo, al adámico, y sobre estas ruinas hacer reinar al hombre nuevo, al cristiano, al hijo de Dios. Pide en segundo lugar a Dios, el evitar la inconstancia y la inestabilidad de nuestra naturaleza, el grabar en nuestros corazones a Cristo que habita en nosotros por la fe, y esto no se logra sin nuestra cooperación: habitar implica continuidad, adhesión constante y comunión real de vida que someta nuestra actividad al Señor, con algo de la docilidad y de la agilidad de la naturaleza humana de Cristo que tomó el Verbo. Finalmente, y es el tercer elemento de nuestro crecimiento espiritual, al quedar el egoísmo eliminado en nosotros y la caridad como señora, tendremos toda la talla y la fuerza necesaria para mirar cara a cara al misterio de Dios.
Gradual
Temerán las gentes Tu nombre, Señor, y todos los reyes de la tierra Tu gloria. Porque el Señor ha edificado a Sión, y será visto en Su majestad. Aleluya, aleluya. Cantad al Señor un cántico nuevo: porque ha hecho maravillas el Señor. Aleluya.
Evangelio
Continuación del santo Evangelio según San Lucas (XIV, 1-11).
En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en casa de un príncipe de los fariseos un sábado a comer pan, ellos Le observaban. Y he aquí que se presentó ante El un hidrópico. Y, respondiendo Jesús, preguntó a los legisperitos y fariseos, diciendo: ¿Es lícito curar en sábado? Y ellos callaron. Entonces El, tomándole, le sanó y despidió. Y, respondiendo a ellos, dijo: ¿Qué asno o buey vuestro cae en un pozo, y no lo sacáis luego el día del sábado? Y no pudieron responderle a esto. Y propuso a los invitados una parábola, al ver cómo elegían los primeros asientos, diciéndoles: Cuando seas invitado a una boda, no te sientes en el primer puesto, no sea que haya sido invitado otro más noble que tú, y, viniendo el que te invitó a ti y al otro, te diga: Da el puesto a éste: y entonces tengas que ocupar con rubor el último puesto. Sino que, cuando seas invitado, vete, siéntate en el último puesto: para que, cuando venga el que te invitó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces tendrás gloria delante de los demás comensales: porque, todo el que se ensalza, será humillado: y, el que se humilla, será ensalzado.
Reflexión sobre el Evangelio
La invitación a las bodas. — La Santa Madre Iglesia revela hoy el fin supremo que pretende en sus hijos desde el día de Pentecostés. Las bodas de que se trata en nuestro Evangelio, son las del cielo, que tienen por preludio aquí abajo la unión divina consumada en el banquete eucarístico. La llamada divina se dirige a todos; y esta invitación no se parece a las de la tierra, donde el Esposo y la Esposa convidan a sus parientes como simples testigos de una unión que es además para los invitados extraña. El Esposo aquí es Cristo, y la Iglesia la Esposa; como miembros de la Iglesia, estas bodas son por tanto también nuestras.
La unión divina. — Pero, si se quiere que la unión sea tan fecunda cuanto debe serlo para honor del Esposo, es necesario que el alma en el santuario de la conciencia guarde para El una fidelidad duradera, un amor que vaya más lejos y dure más que la recepción sagrada de los misterios. La unión divina, si es verdadera, domina nuestro vivir; esa unión hace que persevere constantemente el alma en la contemplación del Amado, que promueva activamente Sus intereses y suspire de continuo y de corazón por El aunque a veces la parezca que el Amado Se oculta a sus miradas y Se sustrae a su amor. Y, en efecto, ¿deberá la Esposa mística hacer menos por Dios que las del mundo por un esposo terrestre? Sólo con esta condición se puede creer que el alma está en los caminos de la vía unitiva y que lleva en sí los frutos propios de ella.