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La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo
según San Mateo (Cap. 26, 1-75; 27, 1-66)
El DOMINGO de los RAMOS abre la Semana Santa, conocida como la «Gran Semana» donde los cristianos conmemoran el sufrimiento y la muerte de Jesús en la Cruz para salvarnos.
La liturgia del Domingo de Ramos recuerda primero la entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por la multitud.
Texto del Evangelio en San Mateo, capítulo 21, 1-9
Cuando, próximos ya a Jerusalén, llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, envió Jesús a dos discípulos, diciéndoles: “Id a la aldea que está enfrente, y luego encontraréis una burra atada y con ella el hijo. Soltadlos y traédmelos, y si algo os dijeren, diréis: El Señor los necesita; y al instante los dejarán.” Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta: “Decid a la Hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado sobre un asno, sobre un pollino hijo de burra.” Fueron los discípulos e hicieron como les había mandado Jesús; y trajeron la burra y el hijo, y pusieron sobre éste los mantos, y encima de ellos montó Jesús. La numerosísima muchedumbre extendía sus mantos por el camino, mientras otros, cortando ramos de árboles, lo alfombraban. La multitud que Le precedía y la que le seguía gritaba, diciendo: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito El que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”
Después de la distribución de los ramos bendecidos, durante la solemne celebración de la misa, se lee el texto completo de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo en San Mateo.
Aquí vemos a tres sacerdotes compartiendo la lectura: uno lee la narración, un segundo lee las palabras de Jesús y el tercero lee las de todos los demás personajes de la historia.
Judas el traidor
Entoncés Jesús dijo a Sus discípulos: Sabéis que dentro de dos días es la Pascua y el Hijo del hombre será entregado para que Le crucifiquen. Se reunieron por entonces los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo en el palacio del pontífice, llamado Caifas, y se consultaron sobre cómo apoderarse con engaño de Jesús para darle muerte. Pero se decían: Que no sea durante la fiesta, que no vaya a alborotarse el pueblo. Hallándose Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, se llegó a El una mujer con un frasco de alabastro lleno de costoso ungüento y lo derramó sobre Su cabeza mientras estaba recostado a la mesa. Al verlo se enojaron los discípulos y dijeron: ¿A qué este derroche? Podría haberse vendido a gran precio y darlo a los pobres. Dándose Jesús cuenta de esto, les dijo: ¿Por qué molestáis a esta mujer? Obra buena es la que conmigo ha hecho. Porque pobres, en todo tiempo los tendréis con vosotros; pero a Mí no siempre Me tendréis. Derramando este ungüento sobre Mi cuerpo, Me ha ungido para Mi sepultura. En verdad os digo, dondequiera que sea predicado este Evangelio en todo el mundo, se hablará también de lo que ha hecho ésta, para memoria suya. Entonces se fue uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, a los príncipes de los sacerdotes y les dijo: ¿Qué me dais y os Lo entrego? Se convinieron en treinta piezas de placa, y desde entonces buscaba ocasión para entregarle.
La Última Cena
El día primero de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y Le dijeron: ¿Dónde quieres que preparemos para comer la Pascua? El les dijo: Id a la ciudad a casa de Fulano y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está próximo, quiero celebrar en tu casa la Pascua con Mis discípulos. Y los discípulos hicieron como Jesús les ordenó y prepararon la Pascua. Llegada la tarde, se puso a la mesa con los doce discípulos, y, mientras comían, dijo: En verdad os digo que uno de vosotros Me entregará. Muy entristecidos, comenzaron a decirle cada uno: ¿Soy acaso yo, Señor? El respondió: El que conmigo mete la mano en el plato, ése Me entregará. El Hijo del hombre sigue Su camino, como de El está escrito; pero ¡desdichado de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado!; mejor le fuera a ése no haber nacido. Tomó la palabra Judas, el que iba a entregarle, y dijo: ¿Soy, acaso, yo, Rabí? Y El respondió: Tú lo has dicho. Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y, dándoselo a los discípulos, dijo: Tomad y comed, éste es Mi cuerpo. Y tomando un cáliz y dando gracias, se lo dio, diciendo: Bebed de él todos, que esta es Mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por muchos para remisión de los pecados. Yo os digo que no beberé más de este fruto de la vid hasta el día que lo beba con vosotros nuevo en el reino de Mi Padre. Y, dichos los himnos, salieron camino del monte de los Olivos. Entonces les dijo Jesús: Todos vosotros os escandalizaréis de Mí esta noche, porque escrito está: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas de la manada. Pero después de resucitado os precederé a Galilea. Tomó Pedro la palabra y dijo: Aunque todos se escandalicen de Ti, yo jamás me escandalizaré. Respondióle Jesús: En verdad te digo que esta misma noche Me negarás tres veces. Díjole Pedro: Aunque tenga que morir contigo, no Te negaré. Y lo mismo decían todos los discípulos.
Getsemaní
Entonces vino Jesús con ellos a un lugar llamado Getsemaní y les dijo: Sentaos aquí mientras Yo voy allá a orar. Y tomando a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y angustiarse. Entonces les dijo: Triste está Yi alma hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo. Y adelantándose un poco, Se postró sobre Su rostro, orando y diciendo: Padre Mío, si es posible, pase de Mí este cáliz; sin embargo, no se haga como Yo quiero, sino como quieres Tú. Y viniendo a los discípulos, los encontró dormidos, y dijo a Pedro: ¿De modo que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad para no caer en la tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es flaca. De nuevo, por segunda vez, fue a orar, diciendo: Padre Mío, si esto no puede pasar sin que Yo lo beba, hágase Tu voluntad. Y volviendo otra vez, los encontró dormidos; tenían los ojos cargados. Dejándolos, de nuevo se fue a orar por tercera vez, diciendo aún las mismas palabras. Luego vino a los discípulos y les dijo: Dormid ya y descansad, que se acerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vamos; ya llega el que va a entregarme.
El arresto de Jesús
Aún estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce, y con él una gran turba armada de espadas y garrotes, enviada por los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que iba a entregarle les dio una señal diciendo: Aquel a quien yo besare, Ése es; prendedle. Y al instante, acercándose a Jesús, Le dijo: Salve, Rabí. Y Le besó. Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes? Entonces se adelantaron y echaron las manos sobre Jesús, apoderándose de El. Uno de los que estaban con Jesús extendió la mano y, sacando la espada, hirió a un siervo del pontífice, cortándole una oreja. Jesús entonces le dijo: Vuelve tu espada a su vaina, pues quien toma la espada, a espada morirá. ¿O crees que no puedo rogar a Mi Padre, que Me enviaría luego doce legiones de Ángeles? ¿Cómo van a cumplirse las Escrituras de que así conviene que sea? Entonces dijo Jesús a la turba: ¿Como a ladrón habéis salido con espadas y garrotes a prenderme? Todos los días Me sentaba en el templo para enseñar, y no Me prendisteis. Pero todo esto sucedió para que se cumpliesen las Escrituras de los profetas. Entonces todos los discípulos Le abandonaron y huyeron.
Jesús en el palacio del Sumo Sacerdote
Los que prendieron a Jesús Le llevaron a casa de Caifas, el pontífice, donde los escribas y ancianos se habían reunido. Pedro Le siguió de lejos hasta el palacio del pontífice, y, entrando dentro, se sentó con los servidores para ver en qué paraba aquello. Los príncipes de los sacerdotes y todo el sanedrín buscaban falsos testimonios contra Jesús para condenarle a muerte, pero no los hallaban, aunque se habían presentado muchos falsos testigos. Al fin se presentaron dos, que dijeron: Este ha dicho: Yo puedo destruir el Templo de Dios y en tres días edificarlo. Levantándose el pontífice, Le dijo: ¿Nada respondes? ¿Qué dices a lo que éstos testifican contra Ti? Pero Jesús callaba, y el pontífice Le dijo: Te conjuro por Dios vivo: di si eres Tú el Mesías, el Hijo de Dios. Díjole Jesús: Tú lo has dicho. Y Yo os digo que un día veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo. Entonces el pontífice rasgó sus vestiduras, diciendo: Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece? Ellos respondieron: Reo es de muerte. Entonces comenzaron a escupirle en el rostro y a darle puñetazos, y otros Le herían en la cara, diciendo: Profetízanos, Cristo, ¿quién es el que Te hirió?
La negación de San Pedro
Entre tanto, Pedro estaba sentado fuera, en el atrio; se le acercó una sierva, diciendo: Tú también estabas con Jesús de Galilea. El negó ante todos, diciendo: No sé lo que dices. Pero, cuando salía hacia la puerta, le vio otra sierva y dijo a los circunstantes: Este estaba con Jesús el Nazareno. Y de nuevo negó con juramento: No conozco a ese hombre. Poco después se llegaron a él los que allí estaban y le dijeron: Cierto que tú eres de los Suyos, pues tu mismo hablar te descubre. Entonces comenzó él a maldecir y a jurar: ¡Yo no conozco a ese hombre! Y al instante cantó el gallo. Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho: Antes que el gallo cante, Me negarás tres veces; y saliendo fuera, lloró amargamente. Llegada la mañana, todos los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo tuvieron consejo contra Jesús para quitarle la vida, y atado Le llevaron al procurador Pilato.
La desesperación de Judas
Viendo entonces Judas, el que Le había entregado, cómo era condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los príncipes de los sacerdotes y ancianos, diciendo: He pecado entregando sangre inocente. Dijeron ellos: ¿A nosotros qué? Viéraslo tú. Y, arrojando las monedas de plata en el templo, se retiró, fue y se ahorcó. Los príncipes de los sacerdotes tomaron las monedas de plata y dijeron: No es lícito echarlas al tesoro, pues son precio de sangre. Y resolvieron en consejo comprar con ellas el campo del Alfarero para sepultura de peregrinos. Por eso aquel campo se llamó “Campo de Sangre” hasta el día de hoy. Entonces se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: “Y tomaron treinta piezas de plata, el precio en que fue tasado Aquel a quien pusieron precio los hijos de Israel, y las dieron por el campo del alfarero, como el Señor me lo había ordenado.”
Jesús en el Tribunal de Pilatos
Jesús fue presentado ante el procurador, que Le preguntó: ¿Eres Tú el Rey de los judíos? Respondió Jesús: Tú lo dices. Pero a las acusaciones hechas por los príncipes de los sacerdotes y ancianos nada respondía. Díjole entonces Pilato: ¿No oyes todo lo que dicen contra Ti? Pero El no respondía a nada, de suerte que el procurador se maravilló sobremanera. Era costumbre que el procurador, con ocasión de la fiesta, diese a la muchedumbre la libertad de un preso, el que pidieran. Había entonces un preso famoso llamado Barrabás. Estando, pues, reunidos, les dijo Pilato: ¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, el llamado Cristo? Pues sabía que por envidia se Lo habían entregado. Mientras estaba sentado en el tribunal, envió su mujer a decirle: No te metas con ese Justo, pues he padecido mucho hoy en sueños por causa de Él. Pero los príncipes de los sacerdotes y ancianos persuadieron a la muchedumbre que pidieran a Barrabás e hicieran perecer a Jesús. Tomando la palabra el procurador, les dijo: ¿A quién de los dos queréis que os dé por libre? Ellos respondieron: A Barrabás. Díjoles Pilato: Entonces, ¿qué queréis que haga con Jesús, el llamado Cristo? Todos dijeron: ¡Sea crucificado! Dijo el procurador: ¿Y qué mal ha hecho? Ellos gritaron más diciendo: ¡Sea crucificado! Viendo, pues, Pilato que nada conseguía, sino que el tumulto crecía cada vez más, tomó agua y se lavó las manos delante de la muchedumbre, diciendo: Yo soy inocente de esta sangre; vosotros veréis. Y todo el pueblo contestó diciendo: Caiga Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle hecho azotar, se Lo entregó para que Le crucificaran. Entonces los soldados del procurador, tomando a Jesús, Lo condujeron al pretorio ante toda la cohorte, y, despojándole de Sus vestiduras, Le echaron encima una capa de púrpura roja, y, tejiendo una corona de espinas, Se la pusieron sobre la cabeza, y en la mano una caña; y doblando ante El la rodilla, se burlaban diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos! Y, escupiéndole, tomaban la caña y Le herían con ella en la cabeza. Después de haberse divertido con El, Le quitaron la capa, Le pusieron Sus vestidos y Le llevaron a crucificar.
El Vía Crucis y la Crucifixión
Al salir encontraron a un hombre de Cirene, de nombre Simón, al cual requisaron para que llevase la cruz. Llegando al sitio llamado Golgota, que quiere decir lugar de la calavera, diéronle a beber vino mezclado con hiél; mas, en cuanto lo gustó, no quiso beberlo. Así que Lo crucificaron, se dividieron Sus vestidos, echándolos a suertes, y, sentados, hacían la guardia allí. Sobre Su cabeza pusieron escrita Su causa: Este es Jesús, el Rey de los judíos. Entonces fueron crucificados con El dos bandidos, uno a Su derecha y otro a Su izquierda. Los que pasaban Lo injuriaban moviendo la cabeza y diciendo: Tú, que destruías el templo y lo reedificabas en tres días, sálvate ahora a Ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de esa cruz. E igualmente los príncipes de los sacerdotes, con los escribas y ancianos, se burlaban y decían: Salvó a otros, y a Sí mismo no puede salvarse. Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en El. Ha puesto Su confianza en Dios; que El Lo libre ahora, si es que Lo quiere, puesto que ha dicho: Soy Hijo de Dios. Asimismo, los bandidos que con El estaban crucificados Lo ultrajaban.
La muerte de Jesús
Desde la hora de sexta se extendieron las tinieblas sobre la tierra hasta la hora de nona. Hacia la hora de nona exclamó Jesús con voz fuerte, diciendo: “Eli, Eli lema sabachtaní!” Que quiere decir: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué Me has desamparado?” Algunos de los que allí estaban, oyéndolo, decían: A Elías llama éste. Luego, corriendo, uno de ellos tomó una esponja, la empapó en vinagre, la fijó en una caña y se la dio a beber. Otros decían: Deja, veamos si viene Elías a salvarlo. Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
(Todos se arrodillan por unos momentos de silencio).
La cortina del templo se rasgó de arriba abajo en dos partes, la tierra tembló y se hendieron las rocas; se abrieron los monumentos, y muchos cuerpos de santos, que habían muerto, resucitaron, y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de El, vinieron a la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. El centurión y los que con él guardaban a Jesús, viendo el terremoto y cuanto había sucedido, temieron sobremanera y se decían: Verdaderamente, Éste era Hijo de Dios. Había allí, mirándolo desde lejos, muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle; entre ellas María Magdalena y María la madre de Santiago y José y la madre de los hijos del Zebedeo.
Jesús es sepultado
Llegada la tarde, vino un hombre rico de Arimatea, de nombre José, discípulo de Jesús. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato entonces ordenó que le fuese entregado. El, tomando el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en su propio sepulcro, del todo nuevo, que había sido excavado en la peña, y, corriendo una gran piedra a la puerta del sepulcro, se fue. Estaban allí María Magdalena y la otra María sentadas frente al sepulcro.
El celebrante dice aquí:
Señor, dígnate bendecirme. Que el Señor esté en mi corazón y en mis labios, para que pueda predicar Su santo Evangelio con dignidad. Amén.
La guardia ante la tumba
Al otro día, que era el siguiente a la Parasceve, fueron los príncipes de los sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron: Señor, recordamos que ese impostor, vivo aún, dijo: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, guardar el sepulcro hasta el día tercero, no sea que vengan Sus discípulos, lo roben y digan al pueblo: Ha resucitado de entre los muertos. Y será la última impostura peor que la primera. Díjoles Pilato: Ahí tenéis la guardia; id y guardadlo como vosotros sabéis. Ellos fueron y pusieron guardia al sepulcro después de haber sellado la piedra.