La Orden del Magníficat de la Madre de Dios tiene la siguiente finalidad especial la preservación del Depósito de la Fe a través de la educación religiosa en todas sus formas. Dios la ha establecido como «baluarte contra la apostasía casi general» que ha invadido la cristiandad y en particular la Iglesia romana.
Os voy a contar una historia un poco larga, pero que creo que os interesará mucho: es la conversión de una joven actriz salvada por la Virgen del peligro inminente de perder su alma por permanecer en su peligrosa profesión.
En la época en la que Madame Louise, hija del rey Luis XV, daba a la Orden Carmelita en Francia los ejemplos más sorprendentes de humildad y mortificación religiosa, había un guarnicionero en Dôle, en el Franco Condado, llamado Cantagrel. Era viudo y tenía dos hijos, un hijo y una hija. Este hombre se había vuelto a casar, y habiendo tenido varios hijos con su nueva esposa, trataba a los primeros hijos de su marido con excesiva dureza. El padre sufría mucho por ello y se quejaba a menudo, pero no podía conseguir nada. Finalmente, incapaz de soportar la visión de sus pobres hijos, tan queridos por su corazón y tan infelices, resolvió, aunque de mala gana, venderlos a unos actores que pasaban por Dôle, sin saber los peligros a los que exponía sus almas. Afortunadamente, estas dos encantadoras criaturas, especialmente la niña, tenían una gran devoción por la Santísima Virgen. Antes de la época de la que acabo de hablar, la joven Cantagrel, a la que llamaremos Marie, si lo desea, sin saber su verdadero nombre de bautismo, había sido colocada con una piadosa señora que enseñaba el catecismo, enseñaba a leer a los jóvenes y se aplicaba sobre todo a inspirarles el amor a la Madre de Dios. La pequeña María se había beneficiado tanto de las lecciones de su maestra que, algún tiempo antes de su primera comunión, prometió a la Santísima Virgen no casarse nunca y hacer una profesión de devoción a Ella de por vida. Cuando estaba con los actores, aunque en medio de la disipación y de las mayores seducciones de la vanidad, pues era tan aplaudida en el teatro que en cuanto aparecía le aplaudían, no se olvidaba de Aquella a la que se había consagrado; a menudo la invocaba, le rogaba que la ayudara, e incluso tenía la sencillez de pedir su protección antes de salir a escena, para que le concediera la gracia de declamar bien su papel. Pero la Santísima Virgen le preparó una gracia mucho más preciosa, la de rescatarla de los peligros que rodeaban su inocencia. Iluminada ya por una piadosa doncella a la que había conocido en una posada, Marie Cantagrel había tenido también la suerte de recibir el sacramento de la confirmación, a pesar de toda la oposición de los actores; pero su confesor sólo le había concedido la absolución con la condición de que se esforzara por salir del estado en que se encontraba, y ella lo había prometido de todo corazón. Cuando llegó a una pequeña ciudad de Auvernia llamada Riom, le contó su plan a un honrado posadero, lleno de temor del Señor, y le rogó en nombre de la Santísima Virgen que la sacara del peligro en que se encontraba. Ésta, conmovida por los peligros que corría una niña tan interesante, prometió hacer todo lo posible por ayudarla. Para ello, se puso de acuerdo con el cura del pueblo, el teniente criminal y un joven virtuoso que participaba en todas las buenas obras. Se acordó que el primer día que María saliera a escena, se retiraría a los bastidores después de haber recitado su parte, y se situaría en una ventana desde la que descendería por medio de una escalera que se mantendría preparada, y que finalmente seguiría a unos guías que la llevarían a un lugar donde no pudiera ser descubierta. Estando todo dispuesto de este modo, el joven del que acabo de hablar se dirigió al teatro, al que nunca iba, para poner en funcionamiento, hacia el final de la obra, a las personas a las que había encargado la realización de su proyecto. La joven actriz, por su parte, cada vez más firme en su resolución, echó sus partes al fuego, diciendo:
«Ya no harán que nadie se condene». Entonces la chica se pone la ropa de teatro como los demás actores. Pero media hora antes de que comenzara la obra, impresionada por el peligro de su profesión, y apurada por salir de ella cuanto antes, tomó un pretexto para retirarse un momento: era para invocar a la Santísima Virgen; corrió a la ventana, donde esperaba que la llamaran desde fuera; pero no oyó a nadie, salvo a los actores que la apremiaban a acudir. Temiendo que adivinen su plan, se acerca de nuevo a la ventana y dice: «¿Estás ahí?» Todavía no hay respuesta; entonces, incapaz de aguantar más, recita un acto de contrición y un Ave María, hace la señal de la cruz, diciendo: «Dios mío, para salvar mi alma, entrego mi cuerpo a tu santo cuidado», y se lanza desde una ventana de cuatro pies de altura sin hacerse daño.
Al principio se quedó aturdida por la caída, pero pronto se dio cuenta de que no se había roto ningún miembro y se levantó de nuevo, sin ver nada y sin saber qué camino debía seguir. Se dirigía a la ciudad, donde probablemente habría caído en manos de los actores, cuando, por un nuevo milagro de la protección de la Santísima Virgen, se sintió impulsada por una ráfaga de viento hacia el lado opuesto. Después de caminar un rato con toda su parafernalia teatral, se encontró con una mujer acompañada de un hombre que llevaba un gran saco: eran personas que habían sido enviadas a rescatar a la joven actriz. La llevaron a la casa de un molinero, a un cuarto de legua del pueblo. Allí dejó sus ropas, tomó las del molinero, y unida al joven que había desempeñado el papel principal en este asunto, tomó con él el camino hacia la casa que le habían preparado. La noche era oscura, ninguna estrella brillaba en el cielo, el camino estaba lleno de barro y resbaladizo; además, Marie llevaba zuecos, un calzado al que no estaba acostumbrada; le costaba tanto arrastrarlos, que finalmente se vio obligada a dejarlos. Tuvo tantas dificultades para arrastrarlos que finalmente se vio obligada a dejarlos. Con sus pies casi descalzos, resbalaba, apenas podía sostenerse, incluso se caía a veces, y sus guías se veían obligados a cargarla. Por fin llegó a Riom; pero allí le esperaban peligros mucho mayores: los actores, furiosos por haber visto su obra perdida y por haber perdido a la que llamaban su mejor actriz, la buscaron por todo el país.
En el caso de que se trate de un caso de un país en el que la gente no tiene acceso a los servicios de salud, el problema es que la gente no tiene acceso a los servicios de salud. La pobre niña se creyó perdida: «¡Santa Virgen María, gritó, sálvame!» La Santísima Virgen no hizo oídos sordos a su oración. Cerca de allí había un monasterio de carmelitas; el joven que protegía a María la tomó en brazos, redobló el paso, llamó dos veces a la puerta del convento y depositó en la torre la preciosa presa que acababa de robar del infierno. La superiora recibió amablemente a la joven actriz, temblorosa y casi desmayada, y, a instancias del párroco, resolvió mantenerla en el monasterio. En vano los actores reclamaron el que habían perdido: el superior fue inflexible, y los propios magistrados, sorprendidos por la singularidad del hecho y la evidente protección de la Santísima Virgen, rechazaron sus pretensiones. Además, el joven hermano de María, que no estaba menos disgustado que ella con su profesión, recuperó su libertad unos días después. En cuanto a María, una vez que entró en las hijas de Santa Teresa, nunca quiso salir de ellas; encontró en el silencio del claustro delicias que nunca había conocido en medio de los aplausos y las fiestas del mundo; Pronto tomó el velo blanco en una fiesta de la Santísima Virgen, y desde entonces ha profesado la vida religiosa con el fervor de un ángel, y no ha dejado de bendecir durante toda su vida a la augusta Reina del Cielo, que de forma tan milagrosa la había arrancado de peligros en los que probablemente habría perdido su alma.
Extracto de una carta del Superior del Carmelo de Riom a Mme Louise, carmelita.
LOCALIZACIÓN:
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(819) 688-5225
(819) 688-6548
Señal de la Cruz
En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y de la Madre de Dios. Amén.
Oración preparatoria
¡Oh Jesús! Vamos a caminar con Vos por el camino del calvario que fue tan doloroso para Vos. Háganos comprender la grandeza de Vuestros sufrimientos, toque nuestros corazones con tierna compasión al ver Vuestros tormentos, para aumentar en nosotros el arrepentimiento de nuestras faltas y el amor que deseamos tener por Vos.
Dígnaos aplicarnos a todos los infinitos méritos de Vuestra Pasión, y en memoria de Vuestras penas, tened misericordia de las almas del Purgatorio, especialmente de las más abandonadas.
Oh Divina María, Vos nos enseñasteis primero a hacer el Vía Crucis, obtenednos la gracia de seguir a Jesús con los sentimientos de Vuestro Corazón mientras Lo acompañabais en el camino del Calvario. Concédenos que podamos llorar con Vos, y que amemos a Vuestro divino Hijo como Vos. Pedimos esto en nombre de Su adorable Corazón. Amén.
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