Para la preservación del Depósito de la Fe.

¡Para que llegue el Reino de Dios!

MAGNIFICAT

La Orden del Magníficat de la Madre de Dios tiene la siguiente finalidad especial la preservación del Depósito de la Fe a través de la educación religiosa en todas sus formas. Dios la ha establecido como «baluarte contra la apostasía casi general» que ha invadido la cristiandad y en particular la Iglesia romana.

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El Lema para 2024: Hacerse violencia a sí mismo

Deseo:  La Santidad

El Reino de los Cielos sufre violencia, y sólo los violentos lo arrebatan.[1]

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo y de la Madre de Dios.  Amén.

Antes que todo, al inicio de este año, Padre bueno que estáis en los Cielos, Os ofrecemos nuestros mejores deseos.  Hoy, más que ayer – y aún más mañana – queremos glorificaros, honraros.  Recibid, buen Padre del Cielo, esta disposición de Vuestros hijos como el más bello deseo que podemos enviaros, como lo que más Os complacerá.

Jesucristo, el único Santo

Este año, queridos hermanos, hermanas y amigos, les deseo un deseo demasiado amplio.  Les deseo la santidad.  Leemos en la liturgia: Padre de Nuestro Señor Jesucristo, de quien procede toda santidad…[2] Sólo Dios es santo.  Cantamos en nuestras misas en francés: Porque Vos sois el único Santo, Vos el único Señor, Vos el único Altísimo, Jesucristo.  También lo cantamos en latín, pero en francés es más fácil de entender.  Vos sois el único Santo.

Al darles el deseo de la santidad, deseo que sean como Jesucristo, que sean lo que Él espera de cada uno de ustedes.  La voluntad de Dios es que seáis santos,[3] dice San Pablo.  Hermanos y hermanas míos, cuanto más se ajuste su vida a la voluntad de Dios, a Sus expectativas, cuanto más se identifican con Jesús, con Sus ejemplos, con Su voluntad, tanto más serán también santos y glorificarán a nuestro buen Padre que está en los Cielos.  Pero, ¿cómo podemos alcanzar la santidad?

No quiero sorprenderles ni asustarles, pero este año… nuestro lema es hacerse violencia a sí mismos precisamente para conformarse a esta espera de Dios, para identificarse con Nuestro Señor Jesucristo.  Todos estarán de acuerdo en que no es al dejarnos llevar por nosotros mismos como nos conformamos a Nuestro Señor Jesucristo.  El Reino de los Cielos sufre violencia, nos dice, y sólo los violentos lo arrebatan.  Al darles este lema, es esta palabra del Evangelio la que quiero destacar.

¡Que venga Su Reino!

Año tras año, hablamos del Reino de Dios.  ¡Cuántas almas buenas, no sólo en nuestro país, sino en todo el mundo, anhelan que se instaure el Reinado de Dios!  ¡Cuántas suspiran, incluso sufren, al ver que Dios no reina en esta tierra!  Y aún más sufren porque sienten que las cosas no van bien en el mundo, sin saber realmente por qué.  Comentamos las noticias, los acontecimientos poco agradables, poco positivos.  No está mal estar un poco informados, pero ¿de qué sirve comentarlos si no ponemos los medios para que llegue el Reinado de Dios?  ¿Hay algo más grande que pueda suceder en esta tierra que el Reinado de Dios?  Queremos que Jesús reine, lo deseamos, la mayoría de nosotros apasionadamente.  Este deseo de ver llegar el Reinado de Dios nos consume.

Jesús nos lo dijo: El Reino de los Cielos sufre violencia, y sólo los violentos lo arrebatan.  Hacerse violencia, en definitiva, significa ir contra uno mismo, contra el propio ego, los propios caprichos, las propias pasiones, las propias vanidades, la propia independencia.  Les hablo directamente a ustedes, hermanos míos, ustedes, hermanas mías, ustedes, queridos amigos de esta Comunidad, háganse violencia a sí mismos, para conformarse a Dios en el detalle de su vida, como nos enseñó el mismo Jesús: El que es fiel en lo pequeño, será fiel en lo grande.[4]

A lo largo de la historia de la Iglesia, desde el principio, ¡cuántos Santos derramaron su sangre por la fe!  Incluso no huían del martirio.  ¿Cómo es posible estar dispuesto a morir por el Reino de Dios?  Los primeros cristianos, y todos los Santos después de ellos, estaban preparados para derramar su sangre si era necesario.  No huían del martirio.  A veces lo hacían con rapidez.  Cuando cortaban la cabeza, iba rápido.  Otras veces, llevaba mucho tiempo.

Leemos las historias de algunos mártires, como Gabriel Perboyre y Théophane Vénard, que estuvo encerrado durante meses en una jaula de junco.  No podía ni estirarse ni tumbarse a dormir.  Fue pinchado y torturado.  «Apostata.  Renuncia a tu Jesús».  ¿De dónde sacaron estos Santos aquella fuerza de alma?  Ya no eran ellos, era la gracia de Dios que obraba en ellos.  ¿Y por qué tenían esta gracia?  Se hacían violencia a sí mismos en las pequeñas cosas, y Dios era fiel, los sostenía con Su gracia.  A través de estos Santos, la fe fue preservada y difundida por todo el mundo.

Nos quejamos: «Ah, las cosas van mal.  Se ha perdido la fe.»  Es cierto, se ha perdido la fe, es lamentable.  Pero, ¿de qué sirve señalar con el dedo?  ¿No deberíamos decir más bien: ¡Dios mío, Dios mío!  ¿Por qué tenemos tanto miedo de hacer estas renuncias, de hacernos violencia a nosotros mismos, de ir contra nuestra naturaleza?  En el fondo, tenemos miedo.  El diablo es un especialista en asustar a las almas; nos hace ver fantasmas espantosos.  En nuestro interior, nos asustamos, tenemos miedo de todo.  Tenemos miedo de sufrir.  Tenemos miedo de ser despreciados.  Tenemos miedo de cómo nos juzgará la gente.  Tenemos miedo de lo que pensarán los demás, del «qué dirán», o simplemente de que nos hagan daño, en el cuerpo, en el alma.  ¿Qué dolor podría traerme el futuro?

Cuando tengan estos miedos, pregúntense: ¿Tengo fe?  Cuando tienen miedo de hacerse violencia a sí mismos para permanecer fieles y seguir a Jesús, ¿tienen fe?  ¿Creen en las palabras de Jesús que nos dice: Mi yugo es suave y Mi carga es ligera.[5]?  Nuestro Señor habla de yugo y de carga, de peso, de cosas difíciles de llevar.  Hacer violencia a uno mismo es duro, sin embargo Jesús nos dice: es fácil y ligero.

La libertad de los hijos de Dios

La mayoría de los seres humanos, incluso los buenos, creen que Dios Se impone demasiado en sus vidas.  Impone Sus mandamientos, los preceptos del Evangelio, Su ley, la conciencia, no hay escapatoria.  Algunos lo dicen directamente, otros no se atreven a admitirlo, pero les molesta.  «Dios, danos un poco de espacio.  Danos un poco de holgura, un poco de juego.  El mundano piensa que hay más libertad en el mundo mundano que bajo el yugo de Jesús, el yugo del Evangelio.

La mayoría de los seres humanos piensan que tienen más libertad, más latitud siguiendo al mundo con sus mundanidades, siguiendo sus caprichos, sus apetitos, sus placeres, sus vanidades.  Y cuando digo el mundo, es una advertencia.  Estas ideas pueden manifestarse en la vida de cualquier cristiano, de cualquier discípulo de Jesús que se descuida de hacerse violencia a sí mismo para seguir a su Maestro.  Cuando empezamos a descuidarnos, a seguir al mundo, sus vanidades, su modo de vida, su estilo, sus maneras, su pensamiento, no tarda en imponerse el mundo.  Como pueden ver, el mundo se impone.

Dios nos invita: «¿Quieres, hijo Mío?  El Reino de los Cielos sufre violencia, y sólo los violentos lo arrebatan.»  Jesús nos dice ni más ni menos: Si quieres instaurar Mi Reino en la tierra, hazte violencia a ti mismo.  Si quieres ser Mi discípulo, renuncia a ti mismo, toma tu cruz cada día y sígueme.[6]  Es una invitación.  Y cuanto más hacemos lo que va contra nuestra naturaleza, más suave se hace el yugo.

El mundo hace lo contrario, le ceba y le seduce.  Adopta su forma de pensar y acaba cayendo bajo su yugo.  Debe seguirlo.  Y cuanto más lo sigue, menos opciones tiene. ¿No es cierto?  Tiene que adoptar su camino, sus modas, su pensamiento, su locura.  La gente piensa que seguir a Dios es una locura.  La verdadera locura está muy extendida en la tierra hoy en día.  Y el mundo va aún más lejos, llegando a imponerse a uno con violencia.  Si no quiere seguir su locura, le perseguirá.  Empezará por multarle, y puede que incluso le meta en la cárcel.  Puede llegar muy lejos, y la tendencia no deja de crecer.

¿Cuál es el remedio a esta violencia del mundo que busca imponer su locura diabólica, destructiva, anti-Dios e incluso cada vez más anti-humana?  El Reinado de Dios debe venir a esta tierra.  Para que Él reine: El Reino de los Cielos, nos dice Jesús, sufre violencia, y sólo los violentos lo arrebatan.  Por eso les doy este lema.

Repito lo que les voy diciendo desde hace dos años, hermanos míos: háganlo con gracia.  Suena contradictorio, ¿no es cierto? pero es verdad.  Háganse violencia a sí mismos con gracia, es decir, de tal manera que no agobien al prójimo.  No hagan violencia a su hermano o hermana.  Háganse violencia a sí mismos para ir contra todo lo que pueda apartarles de la voluntad de Dios, de Su expectativa.

Los seres humanos tenemos los pies en la tierra y estamos sometidos a la ley de la gravedad.  A nuestro querido Padre Juan Gregorio le gustaba hacer esta comparación: somos un poco como sapos a los que Dios pide que vuelen.  Si el sapo estuviera dotado de razón y libertad, sólo tendría que inclinarse: «Dios me lo pidió», en lugar de empezar a decir: «Pero yo no estoy hecho para eso, soy sarnoso, estoy hecho para estar sobre el vientre, para arrastrarme por el suelo.  Cuando salto, apenas me despego del suelo y vuelvo a ponerme boca abajo.  Así estoy hecho, Dios mío, no me pidas otra cosa».

Dios nos pide a nosotros, pobres pecadores, que nos identifiquemos con Su voluntad, con la santidad de nuestro Padre celestial.  Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.[7]  Sólo tenemos una cosa que hacer, hacernos violencia a nosotros mismos para conseguirlo, pero hacerlo con gracia, sin agobiar al prójimo.  Queremos tanto ser agradables a nuestro buen Padre del Cielo.  Ante Su mirada divina, languidecemos, por así decir, en lo más profundo de nuestro ser, tratando de agradarle, de conmoverle, aceptando todas las circunstancias providenciales que nos hacen sufrir y nos desprenden de la tierra.

En lugar de quejarnos en público de todos nuestros pequeños sufrimientos, hagámonos la violencia de guardar silencio sobre las pruebas que nos sobrevienen.  En la medida de lo posible, mantengamos un cierto aire agraciado, en primer lugar para encantar a nuestro Padre celestial y, posiblemente, también para agradar a nuestro prójimo.  Ser agradables al prójimo para que, sin decir ni una palabra, podamos atraerlo al camino de la abnegación.  ¡Oh, que tengamos este pensamiento de Dios!

Mi yugo es suave y Mi carga ligera[8] para el que se hace violencia a sí mismo.  El Evangelio es uno.  No se puede dividir, no se puede separar.  Intentamos saltarnos las páginas que no nos convienen.  Esa página está bien, esa otra es demasiado difícil.  No, hay que tomar el Evangelio entero, sin saltarse páginas.

8o Centenario de la Estigmatización de San Francisco

Acabamos de celebrar el 8º centenario de la representación del pesebre inaugurada por San Francisco de Asís.  En septiembre de 2024 conmemoraremos el 800o aniversario de la impresión de sus estigmas.  Los historiadores creen que fue el día de la Exaltación de la Santa Cruz, el 14 de septiembre de 1224, cuando San Francisco recibió los estigmas.  La Iglesia estableció esta fiesta el 17 de septiembre.

En la salvaje soledad del monte Alverna, al norte de Asís, san Francisco y algunos de sus Hermanos se habían construido pequeñas cabañas con ramas para preparar la fiesta de San Miguel Arcángel ayunando, rezando y haciendo penitencia.  Fue allí donde se le apareció un serafín y le imprimió las cinco llagas en el cuerpo: tenía las manos y los pies traspasados, al igual que el costado. 

Antes de su conversión, el joven Francisco era un chico fiestero.  Todo Asís conocía a este mundano, hijo de un rico comerciante de telas.  El dinero de su padre rodaba por sus manos, y él lo aprovechaba para divertirse con sus amigos.  Y este muchacho se convirtió.  Incluso besó la mejilla de un leproso.  ¡Eso sí que es violencia!  Pero Francisco utilizó la violencia con tanta gracia que atrajo a algunos jóvenes de Asís para que le siguieran, e incluso a algunas personas mayores.  Siguieron a Francisco, que había adoptado el Evangelio en el espíritu más puro, estricto y austero, de la manera más violenta, para usar la palabra de Nuestro Señor.  Al ir contra todo lo mundano, San Francisco causó escándalo, incluso entre el clero de su tiempo.  Abrazó verdaderamente el espíritu del Evangelio, siguiendo este camino con toda la perfección que Dios le inspiraba.

Santidad según el estado de cada uno

La santidad es obra de Dios.  Dios no pretende el mismo camino para todas las almas.  En cambio, todas las almas deben manifestar en sí mismas un reflejo de la santidad de Dios.  Y para lograrlo, Él nos pide que renunciemos a nosotros mismos.  Renunciar a nosotros mismos es sinónimo de hacernos violencia.  Jesús nos dice: Si quieres ser Mi discípulo, niégate a ti mismo.  Toma tu cruz cada día y sígueme.  Hacerse violencia a sí mismo, renunciar a sí mismo, tomar su cruz, son la misma cosa.  Y así es como Dios hace santos.  Y para eso hacen falta santos.  No faltan comentarios sobre la actualidad.  Lo que falta en la tierra son santos.

Se necesitan santos como san Francisco de Asís.  Al principio de su conversión, abrazó a un leproso porque vio en él la imagen de Jesús sufriente.  Se dijo a sí mismo: este hombre es una manifestación viva y tangible de Jesús flagelado, subiendo al Calvario, todo ensangrentado, cubierto de saliva y suciedad.  Al abrazar a este leproso, sólo vio a Jesús.  El pensamiento de la Pasión de Jesús, de Sus sufrimientos, alimentaba su alma, alimentaba su oración, alimentaba su contemplación, alimentaba su pensamiento.  Fue tan penetrado por la Pasión de Jesús que Dios imprimió los estigmas en su carne.

Jesús nos dijo al principio de la Comunidad: «Permanezcan en espíritu sin cesar al pie del crucifijo, al pie de la Cruz donde Yo, su Salvador, estoy atado.  Mediten continuamente sobre Mi Pasión y no serán tan cobardes…  Contemplen, mediten Mi Pasión, Mis sufrimientos, la ignominia y el desprecio por los que He pasado, y no serán tan cobardes.»

Los Franciscanos tienen el Santuario del Alverna, en Italia, donde San Francisco recibió los estigmas.  Aquí en el Monasterio, tenemos la montaña dedicada a San Francisco, santificada por la visita de este Santo que se manifestó allí a nuestro Padre Juan Gregorio, con Jesús sufriendo Su Pasión.  El mismo Padre Juan sufrió allí la Pasión.  San Francisco nos llamó sus pequeños hermanos de la tierra.  Este año, con motivo del 800o aniversario de los estigmas de San Francisco, vamos a rendir un homenaje especial a nuestro hermano del Cielo en este lugar que el mismo Cielo ha elegido para nosotros.

Desde el comienzo de la Comunidad, cada viernes, uno de nuestros Padres ha hecho invariablemente el Vía Crucis en la montaña.  Algunas de nuestras religiosas también lo hacen desde hace varios años.  Hermanos, este año daremos un paso muy práctico.  Más de nosotros iremos a la montaña cada semana para seguir el Vía Crucis, en pequeños grupos delegados.

Jesús, nuestro modelo

Jesús, el Verbo de Dios, descendió del Cielo para tomar forma humana.  El Todopoderoso dejó el Cielo para venir a un pesebre lleno de animales, un establo fétido.  Allí nació.  ¿No era eso hacerse violencia a Sí mismo?  Me gusta recordarles la historia de César, actuando como si fuera todopoderoso, ordenando un censo de todo el mundo conocido.  Y Dios, el verdadero Todopoderoso, inspiró a San José y a la Virgen María para que obedecieran a este orgulloso emperador.  El Todopoderoso Se nos manifiesta en ese momento.  Al obedecer, comienza nuestra salvación, nuestra redención.

Hermanos y hermanas, una de las mejores formas de hacernos violencia a nosotros mismos es fácil y accesible, pero tan costosa para nuestra naturaleza: obedecer.  La obediencia es una forma maravillosa de hacernos violencia a nosotros mismos.  José y María obedecieron a un emperador pagano en Roma.  El Todopoderoso viene obedeciendo, y así es como Se manifiesta, en la impotencia de un recién nacido.

Pero puedo oír su corazón cuando alguien le habla así.  Dice: «Padre, soy religioso desde hace cinco años, treinta años, cincuenta años.  Renuevo en mí este deseo de hacerme violencia».  A pesar de sus esfuerzos, parece que no llega a ninguna parte.  Le duele el corazón.  Cada día, hermano mío, hermana mía, querido amigo, cada día, tome su cruz y siga a Jesús.

He aquí un texto muy alentador del libro de la Sabiduría.  Deseé entendimiento, y me fue dado.  Invoqué al Señor, y el espíritu de la Sabiduría entró en mí.[9] Entendimiento, sabiduría, santidad, esto es Dios.  Sustituyan las palabras inteligencia y sabiduría, por Dios y santidad:  Quiero la santidad.  Quiero conformarme a Dios.  Verán lo que significa cuando vuelven a leer el texto y sustituyan estas palabras.  Yo deseaba santidad, amor de Dios, voluntad de Dios, conformidad, hacerme violencia a mí mismo, es sinónimo.  He deseado y se me concedióInvoqué al Señor, y el espíritu del amor de Dios, el espíritu de la sabiduría, el espíritu de renuncia, este espíritu de hacerme violencia a mí mismo entró en mí.  Lo preferí a reinos y tronos, y creí que las riquezas eran nada en comparación con este tesoro.  Todas las cosas de la tierra no son nada comparadas con el amor de Dios, con poseer el tesoro del amor de Dios.  Para poseer el tesoro de conformarme a la voluntad de Dios, consideré que todo lo demás no era nada.  No he comparado las piedras preciosas con esto, porque todo el oro que está a su lado es sólo un poco de arena, y la plata que está enfrente será considerada como barro.

Dios colma de bienes a los hambrientos

En el fondo de su corazón, hermanos míos, deseen, prefieran la voluntad de Dios, prefieran esta violencia contra ustedes mismos y contra todo lo que es contrario a Dios.  Sé que sufren, hermanos míos, por no poder hacerlo.  A Jesús, a nuestro buen Padre del Cielo, digan en su corazón: «Jesús mío, Dios mío, yo quiero esto.  Lo deseo.  Quiero hacerme violencia a mí mismo, renunciar a mí mismo.  Quiero conformarme a Vuestra voluntad.  Quiero que Vuestro Reino venga a la tierra.  Creo en Vuestra palabra que no hay otro camino.  Lo creo, Dios mío, lo creo.  Por favor, producidlo en mí.»  Deseen con violencia, con vehemencia, con intensidad.

Según el libro de la Sabiduría, el principio de la santidad, del amor de Dios, de esa perfección a la que Dios nos invita, es tener un verdadero y violento deseo de alcanzarla.  Que tengan este deseo violento ahora, mientras escuchan estas pobres palabras un poco austeras, para que el Reino de Dios se establezca finalmente.  No seamos tan necios como para aumentar la suerte de la necedad humana en la tierra, sino seamos necios de la locura de Dios.

A propósito de estos tiempos tan difíciles, podríamos citar de nuevo el Evangelio, que nos dice: Buscad primero el Reino de Dios y Su justicia…  En el Evangelio, la palabra justicia es sinónimo de santidad.  El Evangelio dice de San José que era un hombre justo, es decir, que era santo.  Buscad primero el Reino de Dios y Su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura.[10]  Querer instaurar el Reino de Dios en la tierra y trabajar por su santidad van juntos, no se pueden separar.  Lo demás se os dará por añadidura.  Todo va mal en el mundo, parece que ¿no hay solución?  Dios Se ocupa de ello.  Habrá tiempos difíciles, y ¡válgame Dios! peores de lo que piensan.  No se preocupen.  No se asusten.  Jesús nos dice: Buscad el Reino de Dios y Su justicia, la santidad.  Lo demás se arreglará por sí solo.

Jesús también nos dice: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.[11]  Les repito que la justicia es santidad.  La Virgen María canta en Su cántico del Magníficat: A los hambrientos llenó de bienes.[12]  ¿Tienen hambre?  ¿Desean de verdad lo que Dios espera de ustedes, pero se encuentran cobardes para hacerse violencia a sí mismos y cumplir lo que cuesta a su naturaleza?  A los hambrientos llenó de bienes.  Desarrollan esta hambre y sed.  ¡Sufran por ello!  ¡Oh bendito sufrimiento!  ¡Oh, el hermoso! ¡oh, el buen sufrimiento!

En el Evangelio leemos la historia de Zaqueo.  Habiendo oído hablar de Jesús, quiso verle.  Como era bajo de estatura, se subió a un árbol.  Se separa de la multitud.  Sólo quería ver a Jesús.  Dios había puesto este deseo en él.  Así es como comienza Su obra en nosotros.  Pero tenemos que seguir esta atracción que Dios pone en nuestro corazón, en nuestra alma.  El pequeño Zaqueo hace el esfuerzo de subir, que es más difícil para las piernas cortas.  Se separa de todos.  Se aísla, por así decir, para ver mejor a Jesús, para contemplarlo mejor, para estar más atento.  Hace un esfuerzo, una violencia, porque quiere ver a Jesús, conocerlo.  Cuando Jesús pasó por allí, miró a Zaqueo.  Al ver el deseo sincero de este hombre, Se olvida de la multitud que le rodea.  «Zaqueo, voy en tu casa.»

Ya conocen el resto de la historia.  Zaqueo, el jefe de los publicanos, admite sus faltas: «Si he hecho mal a alguien, se lo devuelvo cuadruplicado».  Quiere corregir su pasado.  Al reconocer sus faltas y querer repararlas, ya está en el camino de la santidad.  Se ha convertido en un santo.  Por un deseo sincero de su corazón, ha seguido la dirección de Dios y ha emprendido el camino de la santidad.  No es complicado, pero hay que esforzarse.

También quiero recordarles la parábola de las diez vírgenes.  Me parece muy elocuente.  Según el Evangelio, las diez vírgenes estaban fuera de la sala de bodas esperando la hora señalada, mientras el novio se retrasaba.  Cuando se anunció la llegada del novio, cinco de las vírgenes se quedaron sin aceite en sus lámparas.  Dijeron a las otras cinco: «Dadnos un poco de vuestro aceite.  No tenemos suficiente para ir a la boda».  Ellas se negaron, diciendo: «No habrá suficiente para nosotras y para vosotras.  Id a comprar un poco y volved».  Mientras las cinco habían ido a buscar aceite, las cinco sabias entraron en la sala de bodas con el novio, y las puertas se cerraron, dijo Jesús.  Poco después llegaron las otras vírgenes: «¡Señor, Señor -gritaron-, ábrenos!».  Pero el novio replicó: «En verdad, os digo, que no os conozco».

Al leer este texto, casi parece que el novio está siendo injusto, porque fue él quien llegó tarde.  Pero con esta parábola, Jesús quiere que entendamos algo muy importante, muy importante.  Es importante entrar con Él en la sala de bodas.  No es secundario, no es opcional.  La finalidad de nuestra vida es llegar con Él a Su Reino.  Me gusta repetirlo: la falta de aceite significa que aquellas vírgenes necias no estaban preparadas para nada más.  Algunas personas tienen su propio programita: «Voy a hacer esto, y nada más.  Con eso me basta para ser santo.  Mi programa ha terminado, así que no me pidas nada más.  No voy a ir más allá.»  No funciona así con nuestro Dios.  No funciona así, tanto que corren el gran riesgo de toparse con la puerta cerrada del Reino de Dios.  Ese es el Evangelio:  No había aceite en sus lámparas.  Ellas no estaban dispuestas a ir más allá del tiempo señalado.

Según esta parábola, no estar dispuesto a más -es decir, no estar dispuesto a todo para conseguir lo que Dios nos pide- es una locura a Sus ojos, y la puerta del Cielo está cerrada.  Miren lo que el mundo pide a sus mundanos.  Realmente hemos llegado al colmo de la locura humana.  Quizá ustedes dicen: pero yo soy un pobre pecador.  Queridos amigos, un pobre pecador que tiene esta disposición en su corazón es un verdadero sabio: «Estoy dispuesto a hacer lo que Vos queráis de mí, Dios mío.  Venid en mi ayuda, soy sólo un niño pequeño.  Dios mío, ayudadme, socorredme.  Os pido perdón por todo lo que no es perfecto bajo Vuestra mirada divina, pero quiero lo que Vos queréis de mí».  Entonces se aplican y se hacen violencia a sí mismos.

Queridos amigos, pidamos a Dios esta disposición del corazón, cada uno según su estado, para estar dispuesto a todo por Dios, a todo, sin límites.  Eso es sabiduría.  A Dios no Le gusta los que ponen límites.  Eso es lo que nos enseña esta parábola.  Yo no te conozco.  Pero las vírgenes necias también habían sido invitadas.

4o Centenario de la Consagración de Canadá a San José

Este año hay otro centenario que quiero mencionar.  Canadá fue consagrado a San José hace 400 años.  En 1624, el Padre Le Caron, franciscano, consagró Canadá a San José en presencia de algunos hermanos en religión, del gobernador de Nueva Francia, Samuel de Champlain, y de algunos franceses y aborígenes.  Esto tuvo lugar a orillas del río Saint-Charles, en Quebec, al principio de la colonia.

Declaramos el 2024 Año Santo, con ocasión del 800º aniversario de los estigmas de San Francisco y del 400º aniversario de la consagración de Canadá a San José.  Lo hacemos Año Santo, no por fórmulas, sino por este deseo, por esta aplicación, por esta graciosa violencia – puede parecer contradictorio – para cumplir la espera de Dios en cada una de nuestras vidas.  Que cada uno lo haga bajo la mirada de Dios, sin mirar al prójimo.  Los superiores deben estar atentos: «Hermano, ¿no se ha descuidado un poco?  ¿No se ha desviado de su ideal de perfección?».  Sin embargo, que el hermano no mire a su hermano, que la hermana no mire a su hermana.  Cada uno de ustedes debe mirar lo que Dios espera de usted.  Háganlo con gracia.  Esa es la gracia que les deseo.

Vamos a ofrecer el santo Sacrificio de la Misa, pidiendo a Dios que aumente su deseo, este deseo vehemente.  Que Él ponga en ustedes el anhelo de conformarse a Él.  Jesús les consolará.  Experimentarán la dulzura de Su yugo.  Esta es la gracia que les deseo.  Esa es mi intención en esta primera Misa del año, por ustedes, hermanos y hermanas, por todas las almas de buena voluntad.  Pido a Dios que ponga en sus corazones esta hambre y esta sed de conformarse a Él, y de tomar los medios que duelen a nuestra naturaleza.  Les deseo esta hambre, esta sed.  Quedarán satisfechos.  La palabra de Jesús es infalible.

Recuerden, la Misa es el Sacrificio del Calvario.  Nunca ha ocurrido nada más violento en esta tierra.  El Sacrificio del Calvario tendrá lugar ahora, por primera vez este año, en este altar, en mis pobres manos.  Estemos atentos a él.  A través de la Misa podemos obtener todo lo que deseamos.  Lo ofrezco por todos ustedes.

Feliz fiesta también a nuestra Madre celestial, porque es Hija del Padre Eterno y Esposa de San José.  Virgen María Inmaculada, Madre de Dios y Madre nuestra, ¡sostenednos!


[1] S. Mat. 11, 12

[2] Cf. S. Pablo, Efesios 1:3

[3] Tes. 4, 3

[4] S. Lucas 16, 10

[5] S. Mat. 11, 30

[6] Cf. S. Lucas 9, 23

[7] S. Mat. 5, 48

[8] S. Mat. 11, 30

[9] Santa Biblia, Sabiduría 7, 7-9

[10] S. Mat. 6, 33

[11] S. Mat. 5, 6

[12] S. Lucas 1, 53

Señal de la Cruz

En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y de la Madre de Dios. Amén.

Oración preparatoria

¡Oh Jesús! Vamos a caminar con Vos por el camino del calvario que fue tan doloroso para Vos. Háganos comprender la grandeza de Vuestros sufrimientos, toque nuestros corazones con tierna compasión al ver Vuestros tormentos, para aumentar en nosotros el arrepentimiento de nuestras faltas y el amor que deseamos tener por Vos.
Dígnaos aplicarnos a todos los infinitos méritos de Vuestra Pasión, y en memoria de Vuestras penas, tened misericordia de las almas del Purgatorio, especialmente de las más abandonadas.

Oh Divina María, Vos nos enseñasteis primero a hacer el Vía Crucis, obtenednos la gracia de seguir a Jesús con los sentimientos de Vuestro Corazón mientras Lo acompañabais en el camino del Calvario. Concédenos que podamos llorar con Vos, y que amemos a Vuestro divino Hijo como Vos. Pedimos esto en nombre de Su adorable Corazón. Amén.