La Orden del Magníficat de la Madre de Dios tiene la siguiente finalidad especial la preservación del Depósito de la Fe a través de la educación religiosa en todas sus formas. Dios la ha establecido como «baluarte contra la apostasía casi general» que ha invadido la cristiandad y en particular la Iglesia romana.
PACIENCIA
por amor a Dios y en unión con Jesucristo
Deseo:
DE BUENA GRACIA
Padre Mathurin de la Madre de Dios
En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y de la Madre de Dios. Amén.
En la aurora de este Año Nuevo, en este primer día del Año Nuevo consagrado a nuestro Padre del Cielo, en nuestro nombre, en vuestro nombre, hermanos y hermanas, queremos dirigir nuestros mejores deseos a nuestro Padre del Cielo.
Hemos sido elegidos para ser la alabanza de Su gloria1, dice San Pablo. Con toda la intensidad y el fervor de nuestro corazón, decimos al Padre Eterno que queremos ser para Él una alabanza de gloria, y que queremos utilizar para Su gloria todo lo que Él ha creado en nosotros: nuestro corazón, nuestra alma, nuestra voluntad, nuestra memoria, todas nuestras facultades, todo nuestro ser.
El lema de este año es: paciencia. El Padre Adolfo Tanquerey nos da la definición en su Compendio de Teología: La paciencia es una virtud cristiana por la que sufrimos con ánimo igual, por amor de Dios y en unión con Jesucristo, los padecimientos físicos y morales.2
Les deseo esta virtud cristiana de la paciencia. Sin embargo, también existe una paciencia mundana que se compone, mediante una cierta moderación, para producir una imagen que impresione a quienes nos rodean, para alcanzar fines humanos, terrenales. No se trata de éste.
La primera intención de esta virtud de la paciencia que les invitamos a practicar este año es, en primer lugar, glorificar a Dios. Pero para glorificarlo de una manera muy especial: desarrollando esta convicción en el corazón de que si Dios envía a sufrir, es porque Él tiene una intención, un proyecto para Su hijo. Es por un designio de Su amor que el sufrimiento, en todas sus formas, nos visita.
La práctica de la virtud de la paciencia es también para reparar el pecado y entrar en el plan de Dios a través de los sufrimientos y tribulaciones que Él nos envía. Muchos autores anteponen este motivo de reparación; pero yo he querido empezar por un motivo más positivo, que es glorificar a Dios.
No es Dios quien hizo el sufrimiento. El sufrimiento es fruto del pecado. El hombre fue hecho para Dios, para el gozo de la unión con Él. Y como el hombre, con su pecado, ha roto este proyecto divino, sufre, está desorientado, busca. La inteligencia del hombre está nublada, ya no puede ver con claridad. Todas sus facultades están a oscuras, –¡todas!– a causa del pecado.
Pero, ¿con qué prestidigitación, podríamos decir, ha conseguido el Amor infinito que el sufrimiento, que procede de nuestro mal, sea el remedio de nuestro mal? El hombre peca, trayendo sufrimiento, y el Amor infinito lo convierte en el remedio para el pecado. ¡Hacía falta un Dios para pensar en esto! Creo que ésta es una de las manifestaciones más hermosas de Su infinito Amor. Nuestra maldad trae sufrimiento, estamos condenados. Y Dios, para manifestar Su Amor infinito, eleva el sufrimiento causado por el pecado del hombre a una dignidad sublime, se podría decir casi infinita.
Esta virtud de la paciencia en la adversidad es algo sobre lo que meditamos especialmente durante el tiempo de Navidad. Se manifiesta en primer lugar por María y José: durante los cinco días de camino de Nazaret a Belén, los rechazos en Belén. Contemplen los detalles de sus gestos, todos impregnados de paciencia. Cuando llega Jesús, ¡qué dulzura, qué paciencia! Y ya, el mundo va a hostigar al Niño pequeño. La Sagrada Familia debe salir a toda prisa para huir a Egipto. Considera cómo actuaron en su viaje, saliendo de la cueva de Belén en medio de la noche, sin estar preparados, para emprender un largo viaje a través del desierto bajo todo tipo de condiciones difíciles. Se refugian en Egipto, un país extranjero. Debemos contemplar su paciencia para imitarla, y entrar así en las disposiciones de Jesús, María y José.
Desde la venida de Jesús, parece que el sufrimiento es lo que tiene la capacidad de identificarnos más con Cristo, el Verbo de Dios encarnado. Vayan a cualquier parte del mundo, a cualquier confesión: católica –no hace falta decirlo– pero también protestante, judía, musulmana, budista, hindú, pagana, den la vuelta al mundo y muestren una cruz, simplemente una cruz hecha con dos pequeños trozos de madera o dos trazos de lápiz. Todos reconocerán el signo de Jesús, antes de decir la palabra cruz. La cruz es sinónimo de Jesús, tanto que Él la ha hecho Suya.
Creo sinceramente que el ejemplo de Jesús es lo que más nos puede motivar a la paciencia en las adversidades y pruebas de la vida; ¡y las hay! No creo que haya una palabra con más sinónimos que sufrimiento: cruz, adversidades, tribulaciones, pruebas, achaques, dolores, dolencias, enfermedades… En cada uno de estos sinónimos, Dios espera que Su hijo lo reciba con paciencia, como un regalo.
Debemos tener mucho cuidado con la forma en que recibimos el sufrimiento. Quisiera aprovechar esta oportunidad para rectificar una afirmación que se repite a menudo: la cruz, el sufrimiento, es la salvación. Esto es cierto, pero al mismo tiempo es inexacto. Había tres cruces en el Calvario. La de nuestro Jesús, el Cristo, el Redentor. Él vino a salvarnos a través de la cruz divinizada, precisamente por este truco de Su amor infinito. Está la del buen ladrón que se rebela y que se queja y murmura, como relata el Evangelio. Pero cuando contempla a Jesús crucificado a su lado, se convierte, se transforma, y el sufrimiento llega a ser redentor y salvador para él. En cambio, el mal ladrón que sufre el mismo sufrimiento, el mismo suplicio de la cruz, se convierte en un réprobo, porque ha maldecido y murmurado hasta el final. Blasfemaba, maldecía sus sufrimientos.
Este es un gran misterio que Jesús nos reveló, y que también fue revelado en parte en el Antiguo Testamento. Recordemos la historia del santo varón Tobías –verdadero santo del Antiguo Testamento–, que multiplicó las buenas obras, en secreto, en la mayor discreción, bajo la sola mirada de Dios, para glorificarlo. La humanidad estaba aún a siglos de distancia de la venida de Jesucristo. Mientras Tobías dormía la siesta bajo un árbol, unos excrementos de pájaro le cayeron en los ojos y se quedó ciego durante años. Más tarde, gracias a un remedio indicado por el Arcángel Rafael, que había acompañado a su hijo a un país lejano, Tobías se curó de su ceguera a su regreso. Entonces el Ángel le instruye sobre el motivo de esta prueba: «Ahora voy a mostrarte una verdad, a descubrirte algo oculto. Porque agradabas a Dios, tenías que ser puesto a prueba.»3
Cuando el Ángel nos transmite esta gran verdad de parte de Dios, debemos callar y aceptarla, adherirnos a ella. Porque agradabas a Dios, tenías que ser puesto a prueba… ¡Se podría replicar que todo el mundo en la tierra es puesto a prueba! Luego podría añadir que la mayoría de ellos posiblemente no agraden a Dios. Entonces le respondería que la misericordia de Dios es aún mayor ahora que con Tobías. Podemos no ser agradables a Dios, pero Él nos envía pruebas para hacernos agradables a Él. Ese es el propósito del sufrimiento.
Todos somos pecadores. La humanidad es más pecadora que nunca. Dios quiere hacer a la humanidad agradable a Su mirada, esta humanidad que Lo ultraja, estos cristianos que Lo mofan, que desprecian Su espera, en todos los sentidos y sin vergüenza. A pesar de ello, Dios ha decidido que hará a la humanidad agradable a Su mirada divina. Por eso, les invitamos a esta paciencia cristiana, para que nosotros, pecadores, lleguemos a ser agradables a Dios, así como todos nuestros hermanos de la tierra.
No hace mucho, a propósito de la inquietud que nos pueden producir estos tiempos revueltos, me preguntaba: ¿Cerrará Dios los libros? Cerrar los libros significa cerrar la empresa, todo se acabó. ¿Será éste el fin de la historia de la humanidad? Para usar nuestras palabras humanas, ¿no está el buen Dios desanimado, harto, cansado de los hombres? ¿No está hartísimo del mal universal que ya no tiene límites? ¿No está cansado de que los seres humanos, Sus criaturas, se burlen de Él? Afortunadamente, los sufrimientos que hemos padecido en los últimos años me han dado nuevas esperanzas. Se podría decir que a Dios Le quedaban dos opciones: la primera era cerrar los libros de la historia de la humanidad, pero parece que no eligió esta opción. Por el contrario, Dios optó por emplear los sufrimientos, sufrimientos que provienen de los hombres, de sus pecados.
Como he dicho antes, no es Dios quien inventó el mal. Es realmente importante que lo comprendamos bien: el mal proviene de los pecados de los hombres. El mal trae esta desolación que se extiende cada vez más y que se hace universal. Esta misma desolación será el remedio de todos los males si –de ahí la razón del lema– SI, hermanos y hermanas míos, con paciencia, sin murmurar, sin refunfuñar, sin analizarlo todo, si, como pecadores, como culpables, aceptamos los males con paciencia, con paciencia. Qué invención tan profunda y sublime del Amor infinito: Dios hace del sufrimiento el remedio del mal.
El Salmista dice: Él mismo –Jesús, el Mesías– fue considerado como un hombre herido por Dios, humillado4. Jesús, la misma Inocencia, fue considerado el más vil de los pecadores, no herido por la mano de los hombres, sino herido por Dios mismo. Así es como nuestro Redentor Se hizo nuestro remedio. Él asumió nuestros pecados. Los expió con todos Sus sufrimientos y con Su dolorosa Pasión. Jesús es el más grande, el más bello ejemplo que podemos tener de esta virtud de la paciencia, virtud cristiana, es decir, virtud semejante a Cristo.
Nuestro Salvador practicó la paciencia en todas las circunstancias de Su vida, desde el pesebre hasta el Calvario. En primer lugar, permaneció oculto durante treinta años en una vida de trabajo y paciencia. Luego, en Su vida pública, a menudo fue mal recibido, enfrentándose a tantas trampas que Le tendieron, soportando todo tipo de comentarios que se mofaban de Él y Lo ridiculizaban. ¡Qué paciencia!
Paciencia ante Sus enemigos, paciencia con Sus amigos. Sus Apóstoles, Sus amigos, no comprenden rápidamente. El hombre no comprende rápidamente las cosas de Dios. Paciencia en todas partes, y de manera sublime durante Su Pasión. Es como si algo en la paciencia encantara tanto a Jesús que quiso venir a la tierra para mostrarnos cómo practicarla.
Hermanos míos, hermanas mías, debemos creer que las pruebas, las tribulaciones, los males y los dolores son el don real del Amor infinito. Creerlo y adherirse a ello es la perfección. La perfección del cristiano consiste en creer de verdad, con toda el alma, que el sufrimiento es un don real del Amor infinito, por tanto, de Dios mismo. Cualquiera que sea el sufrimiento, la tribulación, la dolencia, la enfermedad, el sinsabor, el contratiempo –y aún no los he nombrado todos–, debemos acallar nuestra pequeña razón y entrar en el plan de Dios con vistas de fe.
El pecado nos ha alejado de Dios, nos ha remachado a la tierra y nos ha puesto en un camino contrario a Dios. Insisto en este punto, para que se recuerde bien: por nuestros pecados, hemos producido todos los males, las tribulaciones, y Dios ha decidido que estos mismos sufrimientos producidos por nuestros pecados serían el remedio para nuestros pecados. El remedio divino está ahí, pero hay que recordarlo y creérselo cuando sobrevienen las ocasiones.
El sufrimiento vuelve a poner todas las cosas en orden, en su sitio. ¡Qué misterio! El sufrimiento no sólo purifica nuestras almas, sino que Dios lo ha convertido en la condición para la realización de Sus mayores propósitos. Y la última prueba de esta afirmación es la cruz. No olvidemos, en nuestros sufrimientos, unirnos a la intención de Dios. Aceptemos como Su voluntad, para la purificación de nuestras almas, para glorificarle, para entrar en Su propósito.
Recordemos la anécdota de Santa Teresa de Ávila, que viajaba de noche para fundar sus monasterios carmelitas. Encontró mucha oposición, no sólo de la gente del mundo, sino incluso del clero, a pesar de que era una época de fervor en la Iglesia. Una noche de invierno, un puente que cruzaba con sus hermanas cedió bajo el peso del carromato tirado por caballos. Y la carretilla y las monjas cayeron al río. Con gran dificultad, consiguieron salir del agua helada. Jesús, sonriendo, espera a Teresa de Ávila en la ribera, y le dice: «Así trato a Mis amigos. Y Teresa de Ávila responde bromeando, con candor y sencillez: «¡Comprendo que tengas tan pocos!». Nos gusta repetir estas palabras entre risas ante todo tipo de situaciones desafortunadas. Pero es realmente la verdad. Debemos creer que el sufrimiento y los reveses son el camino de los amigos de Dios.
Dios envía sufrimientos a los que ama. Esta gran verdad forma parte de los misterios del amor de Dios. Aquí abajo el amor que tenemos a Dios no es una emoción, algo que se siente. Es un error común entre los cristianos querer sentir el amor de Dios, sentir una especie de calor, una palpitación, una emoción, lágrimas hermosas; así se siente bien. No es malo, pero incluso en la religión sigue siendo una emoción natural.
Por vistas de la fe, es preciso creer en el amor de Dios en las pruebas, en el sufrimiento.
Este año, hermanos y hermanas, los invito a esta fe práctica de creer verdaderamente que, a través de los males que ya nos visitan y de los que vendrán después, es el amor de Dios el que quiere manifestarse a nosotros y a la humanidad.
Les recuerdo la fórmula latina que dice el sacerdote durante la Consagración en la Misa: Mysterium fidei. Con estas palabras se designa la Sagrada Eucaristía, misterio de fe. Se puede aplicar la misma fórmula en el sufrimiento, las contrariedades, los achaques y la enfermedad. Hagan una lista muy larga de las pruebas que están experimentando ahora y de todas las que se perfilan en el horizonte. Los ven venir. Lo que vivimos fue el primer capítulo. Lo que viene será un poco más severo, un poco más doloroso. Mysterium fidei. Crean que es la manifestación del amor de Dios, que ha decidido salvarnos. Él necesita un pequeño puñado de almas motivadas por esta fe. ¿Estaremos entre esas almas? Sí, hermanos míos, hermanas mías, sí lo estaremos. Me presto a responder en vuestro nombre porque creo sinceramente que vuestro corazón dice sí.
La Eucaristía es un misterio de fe. ¿Acaso la verdad, la realidad de la presencia de Jesús en la Hostia implica que sientan que Él está allí, que tengan una emoción que les revele que, ¡oh, sí! ¿Jesús está ahí? No, creemos en Su presencia porque Él nos lo ha revelado y tenemos fe en Su palabra. Así ocurre con este otro misterio que les comentamos hoy. El sufrimiento es un misterio de fe, que hay que aceptar como el misterio de la Presencia Real. Y lo aceptan, no porque sienten una tierna emoción y perciben que «sí, es verdad, el sufrimiento es beneficioso para mí». Si sienten emociones dulces, es que están saliendo de la tribulación. Cuando están en su prueba, no hay emoción suave, sino sólo herida, dolor, incomprensión. Cuanto menos entiendan, más doloroso será. Este es el misterio de nuestra redención, Mysterium fidei. Es saludable, es nuestra santificación…
El sufrimiento aceptado convierte a un pecador en santo, por decreto de Dios. Así lo ha decidido Dios. Nuestro pecado produjo todos los males y Dios decidió que los males serían nuestra salvación. En este ámbito, más que en ningún otro, debemos desconfiar de nuestros sentidos. Todas nuestras facultades pueden engañarnos: la inteligencia, la memoria, el entendimiento. Cuando todo nos duela, cuando ya no veamos el horizonte, fijémonos en someternos a Dios totalmente en nuestro interior, y en adherirnos. Entonces, con gratitud, alabaremos a Dios, Le bendeciremos y Le glorificaremos con el ardor de nuestra fe. Esto es la salvación. Es la salvación para uno mismo, es la salvación para la humanidad. Así es como se salvará el mundo.
Esta fe siempre ha sido indispensable, pero ahora lo es más que nunca, porque el mundo está a punto de entrar en una época de sufrimiento más intenso. Se necesitan testigos de Dios, que sepan alabarle y glorificarle por la adhesión de sus corazones. Serán verdaderamente Apóstoles del Amor Infinito, porque sus corazones, en cada sufrimiento, en cada dificultad, en cada oscuridad, siempre y en toda circunstancia, adorarán los designios de Dios.
Nuestra Señora de La Salette dijo en Su llamamiento a los Apóstoles de los Últimos Tiempos: Yo estoy con vosotros y en vosotros, con tal que vuestra fe sea la luz que os ilumine en estos días de desgracia. Es en el sufrimiento, más que en ningún otro lugar, donde debemos practicar la fe. Y recuerden que la fe no consiste en sentir, ni siquiera en comprender. La fe es adherirse a un misterio que se nos revela, un misterio que supera la razón. Y cuanto más abrumados estamos, cuanto más nos sumergen toda clase de sufrimientos, cuanto más se pierden nuestra razón y todos nuestros sentidos, tanto más nuestro corazón, lo más íntimo de nuestro ser, se adhiere a Dios por la fe.
Es costumbre añadir un deseo al lema. Para el año que acaba de terminar, se les concedió el deseo de «seguir a Jesús, la Verdad, y hacerlo con gracia». Este año, reiteramos el mismo deseo de practicar la virtud de la paciencia con buena gracia, es decir, de tal manera que nadie se dé cuenta de que es usted paciente. Cuando se muestra al prójimo que uno es paciente, significa que no lo es. Queremos hacerle sentir que nos hace sufrir, que nos ejerce, que es causa de sufrimientos para nosotros. Este año aplíquense a practicar la paciencia con gracia.
En el himno de San Luis María de Montfort sobre la paciencia, cantamos:
Qué gloria a Dios, ese Padre bueno,
Ver reír a Su querido hijo,
Que humildemente besa y venera
Las varas con que lo castiga.
Quién en medio de los golpes grita:
«¡Bendito sea Dios! Dios mío, perdonadme.
Padre, Os doy las gracias,
¡Oh, qué gracia! Oh, el gran regalo».
¡Qué glorioso es para Dios ver a Su hijo sonriendo, agradeciéndole en el sufrimiento que le envía! Estoy convencido de que ésta es la cumbre de la religión. Sí, no hay nada más grande aquí en la tierra que aceptar la prueba, dar gracias a Dios en el sufrimiento, alabándole y bendiciéndole, no sólo con los labios, sino sobre todo con el corazón y en lo profundo del alma, diciéndole: «Dios mío, nada mejor podría haberme sucedido, ya que sois Vos quien así lo habéis decidido.» Poco importan las tribulaciones, los sufrimientos, las pruebas o los males. Esto es muy fácil decirlo sentado cómodamente en un sillón, pero cuando el sufrimiento nos visita, cuando todo duele, puede llegar a ser heroico decir: «¡Dios mío, sí! No podría haberme pasado nada mejor. Os glorifico, Os bendigo».
Jesús, la Inocencia misma, fue percibido como un hombre golpeado por Dios, como el culpable. Pero nosotros no somos inocentes. Y ante el sufrimiento que nos llega, deberíamos decir: «¡Bendito sea Dios! Dios mío, perdonadme. ¡Dios mío, no me habéis abandonado! Vos me enviasteis a sufrir y habéis decidido salvarme. Padre mío, Os doy las gracias. ¡Oh, cuán grande esa gracia! ¡Oh, el gran regalo!»
Creo que todo el Cielo está en suspenso al ver a un cristiano que bendice y da gracias a Dios, mientras todo su ser, su corazón y su alma, están en prueba, en tinieblas, y se ven abatidos por toda clase de sufrimientos. No hay nada para la razón, es prueba y nada más que prueba, y sin embargo este cristiano sigue alabando al buen Dios. Cuando Dios ve este sentimiento en Su hijo, pone todo el Cielo en suspenso… Invitando a los Ángeles y a los Santos, y para usar nuestra manera de hablar, les dice: «Vengan a ver a Mi hijo. Vengan a ver este espectáculo. Tengo uno que está oprimido, que está en la oscuridad, que no ve nada, que no entiende nada, que sufre en todos los sentidos. Y miren cómo Me alaba, Me bendice y Me da las gracias».
¡Qué espectáculo tan singular para Dios, los Ángeles y los Santos! ¿No nos gustaría dar esta gloria a Dios? Estoy seguro de que el Cielo se detiene a contemplar este espectáculo, tan grande es, tan glorioso es para Dios. Se le podría oír repetir a Jesús: En verdad, no he encontrado tanta fe en Israel.5
Hermanos y hermanas, formamos parte de la Orden del Magníficat de la Madre de Dios, Magníficat, el canto de gratitud de la Virgen María. Más que cualquier otro, debemos practicar esta gratitud en la prueba y en el dolor, de modo que mañana, a través de nuestro contacto, la humanidad vuelva a Dios. En vez de refunfuñar, de murmurar, de considerar deplorable, incluso perjudicial, la acción divina –lo que equivale a criticar a Dios mismo–, dejemos que las almas, a través de nuestro contacto, alaben y bendigan a Dios a través de sus sufrimientos. Esa es la intención de este lema y del deseo.
Cantemos las tres primeras estrofas del himno de San Luis María de Montfort sobre la paciencia:
Admiro a una gran princesa
Que ríe en medio del tormento,
Que sin pesar y sin tristeza
De los males hace sus placeres encantadores.
Es la invencible Paciencia,
La lección de un Jesús muriendo,
El fundamento de la esperanza,
La fuerza del verdadero conquistador.
¿Acaso no es el gran sacrificio
Del hombre a la Divinidad
Para pagar toda Su justicia,
Para glorificar Su bondad,
Para esperar Su Providencia,
Para creer en Su autoridad,
Someterse a Su poder,
Para adorar Su majestad?
Qué gloria a Dios, ese Padre bueno,
Ver reír a Su querido hijo,
Que humildemente besa y venera
Las varas con que lo castiga,
Que desde en medio de los golpes grita:
«¡Bendito sea Dios! Dios mío, perdonadme.
Padre mío, Os doy las gracias.
¡Oh, qué gracia! ¡Oh, el gran regalo!»
¿No es éste el gran, el más bello sacrificio del hombre a la Divinidad? Para pagar toda Su justicia… se paga todo, ¡todo! Su justicia está satisfecha. Para glorificar Su bondad. Es verdaderamente un milagro de Su infinito Amor. El pecado trajo todos los males, y los males reparan el pecado.
¿No es éste el gran sacrificio
Del hombre a la Divinidad
Para pagar toda Su justicia,
Para glorificar Su bondad,
Para esperar Su Providencia…
Es absolutamente cierto que el proyecto, el gran designio de la Divina Providencia se está cumpliendo de este modo.
En este primer día del nuevo año, vamos a ofrecer este primer Santo Sacrificio de la Misa con Jesús, que es nuestro gran modelo, y que va a sacrificarse a Su Padre en el altar. Pido a nuestro buen Jesús, que Se va a sacrificar, que les conceda la gracia eficaz de llevar a cabo el lema de este año –la paciencia por amor de Dios y en unión con Jesucristo–, para que se cumpla el plan de Su Providencia a través del sufrimiento y de las pruebas. Ofrezco esta Misa en su nombre, incluyendo la intención, el deseo de su corazón de aplicarse a ello. Que Su plan de amor se cumpla a través de sufrimientos, pruebas, males y tribulaciones, porque nuestra alma, nuestro corazón se adherirá. Ojalá que no murmuremos ni critiquemos, sino que, con toda paciencia, Le alabemos y glorifiquemos.
En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y de la Madre de Dios. Amén.
Nuestra Señora de toda paciencia, rogad por nosotros. (tres veces)
1Cf. Efesios 1, 6 y 12
2Compendio de Teología Ascética y Mística, No. 1088.
3Cf. La Santa Biblia, Tobías 12, 6-13.
4Isaías 53, 4
5San Lucas 7, 9
LOCALIZACIÓN:
290 7e rang Mont-Tremblant QC J8E 1Y4
CP 4478 Mont-Tremblant QC J8E 1A1 Canada
(819) 688-5225
(819) 688-6548
Señal de la Cruz
En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y de la Madre de Dios. Amén.
Oración preparatoria
¡Oh Jesús! Vamos a caminar con Vos por el camino del calvario que fue tan doloroso para Vos. Háganos comprender la grandeza de Vuestros sufrimientos, toque nuestros corazones con tierna compasión al ver Vuestros tormentos, para aumentar en nosotros el arrepentimiento de nuestras faltas y el amor que deseamos tener por Vos.
Dígnaos aplicarnos a todos los infinitos méritos de Vuestra Pasión, y en memoria de Vuestras penas, tened misericordia de las almas del Purgatorio, especialmente de las más abandonadas.
Oh Divina María, Vos nos enseñasteis primero a hacer el Vía Crucis, obtenednos la gracia de seguir a Jesús con los sentimientos de Vuestro Corazón mientras Lo acompañabais en el camino del Calvario. Concédenos que podamos llorar con Vos, y que amemos a Vuestro divino Hijo como Vos. Pedimos esto en nombre de Su adorable Corazón. Amén.
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