La Orden del Magníficat de la Madre de Dios tiene la siguiente finalidad especial la preservación del Depósito de la Fe a través de la educación religiosa en todas sus formas. Dios la ha establecido como «baluarte contra la apostasía casi general» que ha invadido la cristiandad y en particular la Iglesia romana.
Un pescador reflexivo pescó una vez un buen pez y decidió regalar a su párroco el pez más bonito. El pez aún estaba vivo cuando lo puso sobre la mesa del sacerdote, y comenzó a agitar la cola y a retorcerse. El sacerdote aprovechó esta circunstancia para enseñar a los presentes la siguiente lección: «Mirad este pobre animal, cómo se retuerce y se retuerce, anhela el agua, su verdadero elemento. Sólo está en casa allí. Lo mismo ocurre con nosotros; hemos sido creados para Dios y en cuanto nos alejamos de Él, estamos descontentos e infelices.»
– San Agustín dijo con razón: «Nuestro corazón, oh Dios mío, está inquieto, hasta que descanse en Ti».
Un predicador contó una vez que había estado en un manicomio. Allí vio a unos pobres enfermos: unos mascaban arena, otros tragaban viento, un tercero estaba sentado junto a un fuego y olía a humo, un cuarto se lamía los miembros, etc. Al mismo tiempo rechazaban todo alimento. Al mismo tiempo, rechazaban todo tipo de comida, estaban demacrados y enflaquecidos; no eran más que cadáveres andantes.
– Esta es una imagen perfecta de aquellas almas que buscan su satisfacción en las criaturas, que son incapaces de satisfacer el hambre del corazón humano. Algunos buscan su felicidad en la lectura de periódicos, novelas, etc.; otros, en los placeres de la mesa; en las diversiones de la danza, el teatro, los viajes continuos, las diversiones de todo tipo, los videojuegos, los teléfonos móviles, el juego, etc. Y, sin embargo, estas almas no disfrutan de la verdadera satisfacción. Al igual que la comida sana sólo puede satisfacer el hambre corporal, sólo el Evangelio de Cristo puede satisfacer el hambre de las almas. «El que viene a Mí», dice Jesús, «no tendrá más hambre». (S. Juan 6, 35)
– Sin conformidad con la Voluntad de Dios, no hay verdadera satisfacción.
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