La Orden del Magníficat de la Madre de Dios tiene la siguiente finalidad especial la preservación del Depósito de la Fe a través de la educación religiosa en todas sus formas. Dios la ha establecido como «baluarte contra la apostasía casi general» que ha invadido la cristiandad y en particular la Iglesia romana.
La persecución más cruel de los primeros cristianos fue la de Diocleciano; fue tan sangrienta que en el año 303 los cristianos contaron desde una nueva era, la «era de los mártires». El emperador promulgó los siguientes edictos, que prometían extirpar la religión cristiana en el Imperio Romano: 1° Las iglesias de los cristianos debían ser destruidas y sus libros sagrados arrojados al fuego. 2° Los obispos y sacerdotes debían ser arrestados, torturados y castigados con el máximo suplicio si no renegaban de su fe. 3. Todos los cristianos son excluidos de las dignidades del Estado y pierden sus derechos civiles. 4. Los cristianos deben ser denunciados a las autoridades. Si no sacrifican a los dioses, serán torturados y si permanecen constantes serán decapitados. 5. Todo funcionario o soldado será, de vez en cuando, obligado a sacrificar; quien se niegue será castigado con la muerte. Fue durante esta persecución cuando tuvo lugar la masacre de la legión tebana, comandada por San Mauricio, el martirio de San Florián y de un gran número de vírgenes, entre otras Santa Inés en Roma y Santa Lucía en Siracusa. La persecución duró diez años, y al final los cristianos quedaron tan dispersos que se erigieron monumentos a Diocleciano (+312) con la inscripción: «Al emperador Diocleciano, exterminador de los cristianos». Pero la situación pronto cambió, pues apareció Constantino el Grande, el protector del cristianismo. Su madre, Santa Elena, le había enseñado a respetar y valorar la religión cristiana. Su padre, Constancio Cloro, había sido césar bajo el mandato de Diocleciano y había gobernado como tal en la Galia, España y Gran Bretaña. Tras la muerte de Constancio Cloro, su hijo Constantino fue proclamado emperador (306) por las legiones. Constantino, confiando en la lealtad de sus tropas, se aventuró a luchar contra Majencio, a quien las legiones de Italia habían proclamado emperador, y lo derrotó en la memorable batalla del «Puente de Milvio» (312). Antes de la acción, Constantino había visto una cruz brillante en el cielo con las palabras: «In hoc signo vinces» (por este signo vencerás), que luego hizo bordar en los estandartes de las legiones. Ya en ese mismo año, Constantino había emitido su edicto de tolerancia para los cristianos, y tras la batalla publicó el Edicto de Milán, que permitía a todos abrazar la religión cristiana. En el año 313, Constantino era el único gobernante de Occidente, pero en Oriente reinaba su cuñado Licinio, que perseguía a los cristianos sin descanso. Fue derrotado por Constantino en el 323 y éste introdujo en las provincias orientales los edictos ya vigentes en Occidente. Aunque seguía siendo pagano, hizo que todo el Imperio Romano celebrara el domingo, entregó los templos paganos abandonados a los obispos cristianos y nombró a funcionarios cristianos para los más altos cargos de las provincias, con el fin de hacer cumplir los edictos a favor de los cristianos. Nombró sacerdotes a varias legiones para que celebraran servicios en tiendas, y la pena de crucifixión fue abolida por respeto al Salvador. Finalmente, hizo construir una hermosa basílica sobre la tumba de San Pedro, que fue sustituida en el siglo XVI por la obra maestra de Bramante. Junto con Santa Elena, construyó muchos santuarios en Tierra Santa y en otros países. Constantino murió en 337, en Pentecostés, con el hábito blanco de los catecúmenos, pues no fue bautizado hasta su lecho de muerte.
Así, los paganos habían triunfado demasiado pronto en tiempos de Diocleciano; su alegría al ver el cristianismo destruido se redujo a humo. La Iglesia es como la barca de Pedro en el lago de Genesaret: una furiosa tormenta se desata mientras el Señor parece estar dormido, pero de repente se levanta y ordena al mar que se calme.
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Señal de la Cruz
En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y de la Madre de Dios. Amén.
Oración preparatoria
¡Oh Jesús! Vamos a caminar con Vos por el camino del calvario que fue tan doloroso para Vos. Háganos comprender la grandeza de Vuestros sufrimientos, toque nuestros corazones con tierna compasión al ver Vuestros tormentos, para aumentar en nosotros el arrepentimiento de nuestras faltas y el amor que deseamos tener por Vos.
Dígnaos aplicarnos a todos los infinitos méritos de Vuestra Pasión, y en memoria de Vuestras penas, tened misericordia de las almas del Purgatorio, especialmente de las más abandonadas.
Oh Divina María, Vos nos enseñasteis primero a hacer el Vía Crucis, obtenednos la gracia de seguir a Jesús con los sentimientos de Vuestro Corazón mientras Lo acompañabais en el camino del Calvario. Concédenos que podamos llorar con Vos, y que amemos a Vuestro divino Hijo como Vos. Pedimos esto en nombre de Su adorable Corazón. Amén.
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