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Acto de fe en el Amor de Dios
Oh Padre mío que estáis en los cielos, es sobre todo cuando mi cielo está oscuro y mi cruz pesa más cuando siento la necesidad de deciros: ¡Creo en Vuestro amor por mí!
Sí, creo que Vos sois mi Padre y que yo soy Vuestro hijo. Creo que me amáis con un amor infinito.
Creo que Vos me vigiláis día y noche y que ni un cabello de mi cabeza cae sin Vuestro permiso.
Creo que, infinitamente sabio, Vos sabéis mucho mejor que yo lo que es mejor para mí.
Creo que, infinitamente poderoso, Vos sacáis el bien del mal. Creo que, infinitamente bueno, Vos nunca me pondréis a prueba más allá de mis fuerzas y haréis que todo sirva al mayor bien de mi alma y de las almas que me son queridas. Por eso, detrás de las manos que me hieren, beso Vuestra mano sanadora…
Creo, pero aumentad mi fe, y sobre todo mi esperanza y mi caridad. Enseñadme a ver Vuestro amor dirigiendo todos los acontecimientos que me suceden. Enseñadme a abandonarme a Vuestra guía como un niño en brazos de su madre.
Padre, Vos lo sabéis todo, Vos lo veis todo, Vos me conocéis mejor que yo mismo, Vos lo podéis todo y Vos me amáis.
Oh Jesús, Vuestro Corazón vela por mí y me ama. Vuestro Corazón, consciente de mis miserias, atento a mis sufrimientos, escapa a los fallos y reveses del amor humano. Siempre me será fiel. Me guardará hasta que mi frágil corazón deje de latir. Cuando todos los demás corazones que me han amado legítimamente hayan sucumbido y fallecido, Vuestro Corazón, inalterable en Su ternura, seguirá siendo el refugio y la fuerza del mío: será mi recompensa después de haber sido mi apoyo. De él viviré…
Por eso, después de mis faltas, cuando esté triste por haberos herido, traicionado tal vez, oh Jesús mío, lejos de replegarme en mí mismo en un pensamiento de desaliento, iré a Vos, arrepentido y confuso, y después de recibir Vuestro perdón misericordioso, me atreveré a deciros de nuevo: «Vos que lo sabéis todo, sabéis muy bien que Os amo».
En mis luchas diarias, en mis tentaciones tan dolorosas, en vez de dejar que el desaliento prevalezca sobre la humilde confianza, pensaré que Vos permitís por mí esta penosa fatiga, para que yo haga de ella un tributo de fidelidad y de amor a Vos.
En mis pruebas y sufrimientos de toda clase, levantaré los ojos a Vuestra Cruz y, viéndoos inmolado por mi amor, tendré suficiente nobleza de alma, si no para pedir la prolongación de mi propia crucifixión, al menos para aceptar todo dolor, todo fracaso, todo desprecio, toda persecución como el don de Vuestro Corazón que me ama y quiere asociarme a su obra redentora.
Oh Jesús, quiero vivir de la fe en Vuestro amor y decir una y otra vez con convicción cada vez más ferviente: «Yo sé en quién me he confiado». Los que esperan en Vos, Señor, ¡nunca serán confundidos!
Hermana Jean-Baptiste, f.c.s.p.