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Liturgia para los domingos y las fiestas principales
Reflexión sobre la liturgia del día – de L’Année Liturgique, de Dom Prosper Guéranger
La confianza humilde y suplicante que la Iglesia pone en el socorro de su Esposo, la preservará siempre de las bajezas a que ha descendido la envidia perseguidora y el orgullo de la sinagoga. Exhorta a sus hijos a imitarla en sus solicitudes, y no cesa de hacer subir hacia el cielo los suspiros de su oración.
Introito. Cuando clamé al Señor, escuchó mi voz, y me libró de los que me perseguían: y los humilló el que es antes de los siglos, y permanece para siempre: deposita tu pensamiento en el Señor, y El te sustentará. – Salmo: Escucha, oh Dios, mi oración, y no despreciéis mi súplica: atiéndeme, y oyéme.
Colecta. Oh Dios, que manifiestas Tu omnipotencia, sobre todo perdonando y teniendo piedad: multiplica sobre nosotros Tu misericordia; para que, corriendo hacia Tus promesas, nos hagas participes de los bienes celestiales. Por nuestro Señor.
Epístola
Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Corintios. (1. XII, 2-11). Hermanos: Sabéis que, cuando erais gentiles, ibais, como erais llevados, a los ídolos. Por tanto, os hago saber que nadie, que habla inspirado de Dios, maldice de Jesús. Y nadie puede decir: Señor, Jesús, si no es en el Espíritu Santo. Hay ciertamente diversidad de gracias, pero el Espíritu es uno mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Y hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es el Dios que obra todo en todos. Y a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para utilidad (de los demás). A uno se le da por el Espíritu la palabra de la sabiduría: y a otro, la palabra de la ciencia, según el mismo Espíritu: a otro, la fe en el mismo Espíritu: a otro, la gracia de sanar en un solo Espíritu: a otro, la realización de milagros; a otro, la profecía; a otro, la discreción de espíritus; a otro, el don de lenguas; a otro, la interpretación de palabras. Pero todas estas cosas las obra un solo e idéntico Espíritu, repartiéndolas en cada cual según quiere.
Gradual. Guárdame, Señor, como la pupila del ojo: protégeme bajo la sombra de Tus alas. Salga de Tu boca mi juicio: vean Tus ojos la equidad. Aleluya, aleluya. A Ti, oh Dios, conviene el himno en Sión: y a Ti se harán votos en Jerusalén. Aleluya.
Evangelio
Continuación del santo Evangelio según San Lucas. (XVIII, 9-14).
En aquel tiempo, dijo Jesús a unos que se creían justos, y despreciaban a los demás, esta parábola: Dos hombres subieron al templo, a orar: uno fariseo, y el otro publicano. El fariseo, de pie, oraba para sí de este modo: Oh Dios, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros: ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces a la semana; doy los diezmos de todo lo que poseo. Y el publi-cano, estando lejos, no quería ni levantar los ojos al cielo: sino que golpeaba su pecho, diciendo: Oh Dios, ten misericordia de mí, que soy un pecador. Yo os digo: Este es el que volvió a su casa justificado, en vez del otro: porque, todo el que se ensalza, será humillado: y, todo el que se humilla, será ensalzado.
Reflexión sobre el Evangelio
La humildad. — La humildad, que produce en nosotros saludable temor, es una virtud que coloca al hombre en su verdadero lugar, en su propia estima, ya con relación a Dios, ya con relación a sus semejantes. Se basa en el conocimiento íntimo, causado por la gracia en nuestro corazón, de que Dios lo es todo en el hombre, y de la vacuidad de nuestra naturaleza, puesta por el pecado por debajo de la nada. La sola razón basta para dar a quien reflexione un instante, la convicción de la nada de toda criatura; mas en forma de conclusión puramente teórica, esta convicción no constituye la humildad, pues se impone al demonio en el infierno, y el despecho que le inspira, es el elemento más activo que excita la rabia de este príncipe de los orgullosos. No menos que la fe, que nos revela lo que es Dios en el orden del fin sobrenatural, la humildad, que nos enseña lo que somos en presencia de Dios, tampoco procede de la pura razón ni reside en sola la inteligencia; para que sea una virtud verdadera, debe recibir Su luz de lo alto y mover nuestras voluntades en el Espíritu Santo. A la vez que hace penetrar en nuestras almas la noción de su pequeñez, el Espíritu divino las inclina suavemente a aceptarla, al amor de esta verdad, que la sola razón estaría tentada de considerar como algo importuno.
Meditemos estos pensamientos; de este modo comprenderemos mejor cómo los mayores santos han sido aquí abajo los más humildes de los hombres, puesto que sucede lo mismo en el cielo, ya que la luz en los elegidos crece en proporción a su gloria. Junto al trono de Su divino Hijo, como en Nazaret, Nuestra Señora es la más humilde de las criaturas, puesto que es la más iluminada y comprende mejor que los querubines y serafines, la grandeza de Dios y la nada de la criatura.