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Una representación única del Belén.
La confianza del Sr. Léon Dupont en San José fue recompensada una vez de forma encantadora. Esta es la historia en su ingenuidad.
El Sr. Dupont tenía la costumbre, en ciertas fiestas, en Carnaval, por ejemplo, y en la primera del año, de dar una pequeña cena solemne a estos buenos ancianos de las Hermanitas de los Pobres. Una de estas ocasiones, siempre esperada con impaciencia por los ancianos, se acercaba. Esta vez, el Sr. Dupont se vio obligado a decirles que no tenía absolutamente ningún recurso para comprar las provisiones extraordinarias que les ofrecía en tal caso. Les instó a dirigirse a San José y a hacer una novena al buen patrón de las Hermanitas de los Pobres para conseguir pollos y pavos para servir en la fiesta de costumbre: «Pidamos un jabalí en su lugar», exclamaron de pronto varias voces. ¿Por qué un jabalí? Esta petición le pareció extraña al Sr. Dupont. Como los buenos ancianos tenían ganas de hacerlo, aceptó. Y cada día hacían la novena acordada por esta intención. El señor Dupont, mientras lo hacía, rezaba con su habitual fervor y confianza; pero no pudo evitar reírse y bromear sobre la extraña idea que tenían los ancianos de pedirle a San José un jabalí. Ahora bien, el penúltimo día de la novena, la víspera de la fiesta, un comisario de ferrocarriles entró de repente en la casa del señor Dupont y le advirtió que abriera las grandes puertas de su casa, porque un carruaje le traía un jabalí; y al mismo tiempo le entregó una carta. Fue uno de sus amigos del campo quien le escribió: «Yo, que no soy más que un cazador mediocre, no sé por qué suerte he matado un jabalí en mi bosque. Como estoy solo en el campo, y no puedo comer este jabalí por mi cuenta, pensé que podría ser útil para tus pobres; te lo envío.» Fue bien recibido, como se puede imaginar. Y los ancianos de las Hermanitas se felicitaron por su pensamiento y bendijeron mil veces al buen San José, que había escuchado sus oraciones y satisfecho sus deseos.
Esta historia tan conmovedora es muy adecuada para darnos una idea muy consoladora de la condescendencia de nuestro Padre del cielo. Es comprensible que el Señor intervenga para manifestar su omnipotencia en la resurrección de un muerto, y su infinita misericordia en la conversión aún más maravillosa de un pecador endurecido. Pero que el Altísimo se preste de alguna manera al capricho de unos pobres ancianos que no quieren contentarse con pollos y pavos para celebrar la fiesta de San José, sino que declaran que prefieren un jabalí, como si se pudieran encontrar en el primer corral que se les presente; esto, lo confesamos, está más allá de todos nuestros pensamientos.
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