Consideremos que María fue gloriosamente elevada al cielo,
acompañada de una multitud de espíritus celestiales y de
almas santas liberadas del purgatorio por Sus méritos.
Aplaudamos la majestad de Su triunfo, e invoquémosla con
humildes oraciones, diciendo:
¡Oh gran Reina! que con tanta majestad habéis sido elevada al seno
de la paz eterna, apartad de nosotros todos los pensamientos
terrenales, y haced que nuestros corazones permanezcan firmes en
la contemplación de los bienes inmutables del paraíso.
Dios Te salve, María…
¡Oh gran Reina! que, en Vuestra elevación al cielo, habéis sido
acompañada por toda la jerarquía celestial, haced que evitemos las
asechanzas de nuestro enemigo, y que demos acceso en nuestros
corazones a las aspiraciones del Ángel que continuamente vela por
nosotros y nos asiste.
Dios Te salve, María…
¡Oh gran Reina! que habéis tenido la gloria de ser acompañada en
Vuestra Asunción por las almas que Vuestros méritos habían liberado
del purgatorio, obtened para nosotros la liberación de la esclavitud
del pecado y la alabanza eterna para Vos en el cielo.
Dios Te salve, María…
No dejemos de aplaudir el majestuoso triunfo de María y la gloria
que obtuvo en Su Asunción al cielo: unamos nuestro homenaje a las
Potencias, el sexto coro de los Ángeles, y digamos:
3 Dios Te salve, María…
Oremos. Os rogamos, Señor, que perdonéis los pecados de
Vuestros siervos, para que, incapaces de agradaros con nuestras
acciones, seamos salvados por la intercesión de la Madre de Vuestro
Hijo Nuestro Señor. Amén.