Consideremos a María radiante de gloria en el cielo, por la
diadema real con que la coronó Su divino Hijo, y por el pro-
fundo conocimiento que recibió de las cosas más altas y
ocultas, pasadas, presentes y futuras. Llenos de veneración
por el distinguido honor de esta gran Reina, dirijámonos a
Ella y digámosle:
Reina incomparable, que gozáis en el cielo de la gloria de la
preciosa diadema con que Os coronó Vuestro divino Hijo, hacednos
partícipes de Vuestras raras virtudes, para que seamos dignos de
ser coronados con Vos en el paraíso.
Dios Te salve, María…
Reina incomparable, que sabéis todo lo que pasa en la tierra,
dignaos perdonarnos el poco aprecio que hemos tenido por
Vuestra gloria; no permitáis que Os ofendamos jamás con la
libertad de nuestra lengua y el desvarío de nuestros afectos.
Dios Te salve, María…
Reina incomparable, que queréis que todos los hombres sean
puros y sin mancha, a fin de que sean dignos de Dios, alcanzadnos
el perdón de nuestros pecados, y haced que nuestras miradas,
nuestros movimientos y nuestras acciones sean agradables a Su
divina Majestad.
Dios Te salve, María…
Purifiquemos nuestros corazones para alabar dignamente a María,
y, a la gloria que Le proporciona la corona con que está adornada
Su frente, añadamos los humildes testimonios de nuestro afecto,
rezando, con los Arcángeles, el Octavo Coro de los Ángeles:
3 Dios Te salve, María…
Oremos. Os rogamos, Señor, que perdonéis los pecados de
Vuestros siervos, para que, incapaces de agradaros con nuestras
acciones, seamos salvados por la intercesión de la Madre de
Vuestro Hijo Nuestro Señor. Amén.