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Magníficat!
¡Para la preservación del Depósito de la Fe!
¡Para que venga el Reino de Dios!
Una representación única del Belén.
Nuestro Señor Jesucristo habita en la Sagrada Eucaristía sólo para derramar abundantemente en nuestras almas los bienes de los que está lleno. San Ambrosio nos dice: «En cualquier estado en que te encuentres, tanto si estás dominado por el pecado, como si te esfuerzas por liberarte de su tiranía y corregir tus imperfecciones, o si ya has progresado en la virtud, visita a tu Salvador en Su adorable Sacramento, allí encontrarás todo lo que necesitas. – ¿Quieres curar las heridas de tu alma? Jesucristo es un excelente médico. ¿Gimes bajo el peso de tus pecados? Él te librará de ellos, porque Él es la justicia misma. Si necesitas ayuda, Él es la fuerza; si temes la muerte, Él es la vida; si deseas la felicidad eterna, Él es el camino hacia ella; si huyes de las tinieblas, Él es la luz; si buscas alimento para tu alma, Él es el Pan vivo.»
Escuchemos la llamada apremiante de Su Corazón:
Ven a Mí, porque Yo me hago tu comida, tu bebida…
Ven a Mí, porque quiero ser tu antídoto contra el pecado diario.
Ven a Mí, porque la Eucaristía es la unión, totalmente confiada, de la esposa con el Esposo.
Ven a Mí, pues encuentras en Mí, con la unión, todas las virtudes divinas.
Ven a Mí, que soy el que ha sufrido y que viene cerca de ti, en ti, para enseñarte, para animarte, para ayudarte a sufrir.
Ven a Mí, porque en Mí palpita la plenitud de la vida.
Ven a Mí, porque soy la Fuente infinita de la adoración y la oración…
Venid, pues, a Mí, los que estáis agobiados, y os aliviaré; los que trabajáis, y os ayudaré; los que estáis tentados, y os sostendré; los que estáis en la tristeza, y sufriremos juntos; los que estáis en la alegría, y santificaré vuestras alegrías. Y tú que estás enfermo y no puedes venir a Mí, Yo vendré a ti si Me llamas.
Venid a Mí desde todas las condiciones y todos los estados providenciales de la vida, venid desde todos los tiempos y todos los países, venid desde el trono, venid desde la cabaña, venid desde las ciudades o los desiertos… Porque Yo soy el que te espera, en el Altar y en el Tabernáculo, Yo el Rey, Yo el Obrero, Yo el Pobre, Yo la Vida, la Verdad, el Camino…
Venid a Mí: a comulgar, a alimentaros de Mi Carne y de Mi Sangre, y de Mi Alma, y de Mi Divinidad, y de Mi Persona. Ven, cómeme y vivirás por Mí.
Ven a Mí, por el deseo de comulgar, desea que Mi Cuerpo y Sangre y, a través de ellos, todo Mi ser, guarden tu alma para la vida eterna.
Ven a Mí, asistiendo a la Santa Misa, a las Exposiciones que se hacen de Mí, a las Bendiciones donde Me gusta derramar Mis gracias sobre ti.
Ven a Mí, para hablarme, y oírme repetir Mi Evangelio, lo que dije en el pasado para Mi Iglesia y para ti…
Ven a Mí, con un recuerdo frecuente, amoroso si crees que te amo, ardiente si Me encuentras digno de tu ardor.
Ven a Mí, por cada acción santa y cada cruz que debas soportar, como por pasos que te acercan a Mí.
Ven a Mí, a través de la unión, la intimidad, el corazón a corazón, la entrega mutua. Esta es la gracia especial de la Eucaristía. No es sólo aumentar la gracia santificante: todos los sacramentos de los vivos lo hacen, sino que, aumentándola más que todos los demás, quizá más que todos los demás juntos, es su propiedad alimentarla, hacerla producir su flor, su fruto, mantener en el alma el acto de amor incesante que la une indisolublemente a Jesús.
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