La Orden del Magníficat de la Madre de Dios tiene la siguiente finalidad especial la preservación del Depósito de la Fe a través de la educación religiosa en todas sus formas. Dios la ha establecido como «baluarte contra la apostasía casi general» que ha invadido la cristiandad y en particular la Iglesia romana.
Desde su infancia, Juan María Vianney destacó por su disposición a la virtud y la santidad. Se puede decir que el amor a Jesús y a María era innato en él. Tras su primera comunión, sus padres le emplearon en el arduo trabajo de la agricultura. Lejos de quejarse de su dura existencia, el joven Vianney consideraba las penas de su estado como muy agradables a Dios, y trataba de santificarse incluso en las acciones más ordinarias de la vida. Para armarse de paciencia y motivación para su duro trabajo, colocó una pequeña estatua de la Santísima Virgen con el Niño Jesús en Sus brazos a diez pasos de él. Su ardor por el trabajo se encendió al ver a la Reina del Cielo, a quien Tertuliano llama la Obrera de Nazaret, al ver al Niño divino, el Hijo del Obrero. De vez en cuando Les miraba con ternura, con confianza amorosa, con una mirada de predestinación, y se le oía suspirar mientras se secaba el sudor: «Todo por Jesús y María», imitando a San José, cuyo trabajo entero se ofrecía por Jesús y María.
Cuando llegó a su pequeña estatua, Juan María se postró ante ella, dirigió una ferviente oración al Salvador y a la Virgen y, tras un ligero descanso ante Sus ojos, llevó su querida imagen más lejos, reanudó su trabajo con nuevo ardor y lo continuó hasta el final del día, siempre bajo los auspicios, la mirada y las órdenes de Jesús y María. ¡Oh, qué agradable debe haber sido esta obra para Dios! ¡Qué días tan completos para el Cielo!
¡Qué bien nos recuerda este piadoso agricultor de las Dombes a San José trabajando en Nazaret con Jesús y María! ¿No es de extrañar que M. Vianney, cura de Ars, se convirtiera en el modelo de los sacerdotes y en el taumaturgo del siglo XIX?
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Señal de la Cruz
En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y de la Madre de Dios. Amén.
Oración preparatoria
¡Oh Jesús! Vamos a caminar con Vos por el camino del calvario que fue tan doloroso para Vos. Háganos comprender la grandeza de Vuestros sufrimientos, toque nuestros corazones con tierna compasión al ver Vuestros tormentos, para aumentar en nosotros el arrepentimiento de nuestras faltas y el amor que deseamos tener por Vos.
Dígnaos aplicarnos a todos los infinitos méritos de Vuestra Pasión, y en memoria de Vuestras penas, tened misericordia de las almas del Purgatorio, especialmente de las más abandonadas.
Oh Divina María, Vos nos enseñasteis primero a hacer el Vía Crucis, obtenednos la gracia de seguir a Jesús con los sentimientos de Vuestro Corazón mientras Lo acompañabais en el camino del Calvario. Concédenos que podamos llorar con Vos, y que amemos a Vuestro divino Hijo como Vos. Pedimos esto en nombre de Su adorable Corazón. Amén.
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