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Cristina de Suecia, hija única del famoso Gustavo Adolfo, que tanto daño hizo a la religión católica, comprobó que los pastores protestantes se contradecían. Quería saber si esas contradicciones se encontraban también en el
Quiso saber si tales contradicciones se encontraban también en la doctrina romana, y comenzó a leer obras católicas en serio. Esta lectura la convenció cada vez más de que la doctrina católica es la única verdadera. Para eliminar las últimas dificultades, llamó a su corte a eruditos protestantes y católicos y les hizo varias preguntas. Estas conferencias la convencieron completamente de que los católicos poseían la verdad. Pero como las leyes de su país no le permitían cambiar de religión, renunció generosamente a la corona real para retirarse a un país donde pudiera vivir según su fe (1654). Ese mismo año abjuró solemnemente en Bruselas y terminó sus días en Roma; allí murió en 1689, a los 63 años, y fue enterrada en la basílica de San Pedro.
Semejante heroísmo no era infrecuente en la época de nuestros ilustres antepasados: miles de protestantes y anglicanos se convirtieron al catolicismo, aunque perdieran su posición y su fortuna en el proceso. Este es el triunfo de la verdad: estos conversos renunciaron a los honores y bienes de esta vida para vivir y morir en la religión católica.
La hija de un americano rico, cuya familia entera era protestante, reconoció que la Iglesia católica era la única verdadera. Así que se hizo católica. Cuando su padre se enteró, le dijo en la mesa: «Te di una dote de 50.000 dólares. Si renuncias a la fe católica en ocho días, no la cambiaré, pero si persistes en tu nueva religión, te desheredaré.» La chica respondió brevemente: «Padre, mi alma vale más de 50.000 dólares.
En otras palabras, quiso decir: «¿Qué me importan 50.000 dólares si pierdo mi felicidad eterna? En efecto, Jesucristo dijo: «¿De qué le sirve al hombre ganar el universo, si va a perder su alma?».
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