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Magníficat!
¡Para la preservación del Depósito de la Fe!
¡Para que venga el Reino de Dios!
Una representación única del Belén.
Un joven aprendiz de una gran ciudad, hijo de un pobre trabajador, al ver a su madre triste y desanimada por la falta total de trabajo, le dijo una tarde de abril: «Madre mía, ten confianza; recemos juntos a la Virgen, ella nos ayudará. El caballero que nos visitó me lo dijo.» La pobre mujer siguió el consejo de su hijo; pocos días después tenía trabajo en abundancia. Cuando el mes de mayo llegaba a su fin, el aprendiz dijo a su madre: «Madre, no hemos dado las gracias a la Santísima Virgen por habernos ayudado; ven a la iglesia, allí oiremos misa y luego ofreceremos un pequeño recuerdo a nuestra Protectora.» La obrera siguió obedientemente a su hijo, que, cruzando con ella el mercado de las flores, compró allí dos bonitos rosales, los pagó y corrió a colocarlos en el altar de la Virgen. El niño explicó a su sorprendida madre que, desde el día en que le devolvieron el trabajo, había resuelto dar a María una muestra de su gratitud. Todas las mañanas, en el taller, recibía dos peniques para comprar el almuerzo. Había comido pan seco durante todo el mes, y con los tres francos que había ahorrado había comprado los dos rosales que le ofrecía su gratitud.
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