La Orden del Magníficat de la Madre de Dios tiene la siguiente finalidad especial la preservación del Depósito de la Fe a través de la educación religiosa en todas sus formas. Dios la ha establecido como «baluarte contra la apostasía casi general» que ha invadido la cristiandad y en particular la Iglesia romana.
La beata Cristina de Toscana, arrebatada en espíritu e introducida un día en el reino de los cielos, vio a Jesucristo resplandeciente de gloria y deslumbrando la inmensidad del cielo con Su luz divina. El brillo de Sus vestiduras y de Su trono resplandecía sobre todo el cielo. A Su lado y sentada en el mismo trono estaba la gloriosa Virgen María, Madre del Verbo Encarnado. La luz del Salvador La envolvía por completo, y Sus vestidos más preciosos eran de una blancura maravillosa. Todos los Ángeles y los Santos La veneraron como su Reina con gran alegría y gozo. Luego parecían dejar el trono de su Soberana para viajar por todas las regiones celestiales, y después volvían a postrarse a Sus pies para recibir los dulces testimonios de Su ternura y bondad. Ella los bendijo, y ellos volvieron cantando Sus alabanzas incesantemente, con una melodía capaz de maravillar a toda la tierra.
La beata Cristina, llena de admiración, se postró ante el trono del Señor, adorándolo y bendiciendo a Su divina Madre. «Cristina, hija Mía -le dijo Jesús-, no te asombres de los honores que Mis ángeles tributan a Mi gloriosa Madre, ni del esplendor de Su vestido. ¿No es justo que el cielo celebre, como es debido, la gloria y la majestad de Aquella que Me dio al mundo? El esplendor de Su vestimenta es el privilegio de Su perfectísima inocencia y de Su consumada santidad. Sólo Ella es inmaculada; sólo Ella es Virgen y Madre; sólo Ella es la Madre de Dios, la Reina del cielo y de la tierra.»
Jesús bendijo a la beata Cristina y la visión desapareció. No temamos, pues, honrar y alabar demasiado a Aquella a quien toda la Iglesia triunfante exalta y canta con tanta alegría y magnificencia.
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Señal de la Cruz
En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y de la Madre de Dios. Amén.
Oración preparatoria
¡Oh Jesús! Vamos a caminar con Vos por el camino del calvario que fue tan doloroso para Vos. Háganos comprender la grandeza de Vuestros sufrimientos, toque nuestros corazones con tierna compasión al ver Vuestros tormentos, para aumentar en nosotros el arrepentimiento de nuestras faltas y el amor que deseamos tener por Vos.
Dígnaos aplicarnos a todos los infinitos méritos de Vuestra Pasión, y en memoria de Vuestras penas, tened misericordia de las almas del Purgatorio, especialmente de las más abandonadas.
Oh Divina María, Vos nos enseñasteis primero a hacer el Vía Crucis, obtenednos la gracia de seguir a Jesús con los sentimientos de Vuestro Corazón mientras Lo acompañabais en el camino del Calvario. Concédenos que podamos llorar con Vos, y que amemos a Vuestro divino Hijo como Vos. Pedimos esto en nombre de Su adorable Corazón. Amén.
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