La Orden del Magníficat de la Madre de Dios tiene la siguiente finalidad especial la preservación del Depósito de la Fe a través de la educación religiosa en todas sus formas. Dios la ha establecido como «baluarte contra la apostasía casi general» que ha invadido la cristiandad y en particular la Iglesia romana.
He aquí una novedad sobre la protección de San José que nos llega de una fuente muy fiable.
En un suburbio de Nantes, una persona piadosa se ocupaba en una farmacia privada de fabricar remedios para los pobres enfermos que carecían de recursos para obtenerlos en otro lugar. Un día, un muchacho se acercó a ella, pidiéndole que le diera un remedio para su madre peligrosamente enferma. Después de leer rápidamente la receta del médico, esta caritativa persona, llena de devoción por la desdichada, se apresuró a preparar la medicina que se le pedía, y a dársela al muchacho, para que la llevara a la enferma sin demora. Pero, ¡ay! algún tiempo después de que el joven comisario se hubiera marchado, se dio cuenta de que se había equivocado en el remedio, y que la poción que había preparado podría dar la muerte a la desafortunada mujer que la tomara. Inmediatamente un temblor nervioso agitó todo su cuerpo, un sudor frío cubrió su frente. ¿Qué debe hacer? ¿Correr tras el niño? Pero ella no sabía qué camino había tomado. Sin saber qué medios tomar para evitar esta desgracia, se arroja a los pies de una estatua de San José, colocada en un pequeño nicho en medio de la farmacia, y, animada por la más viva confianza:
«Gran Santo», le dijo ella, con la voz llena de lágrimas, «ven en mi ayuda, haz, te lo suplico, que la ampolla se rompa y no quede ni una sola gota». Pocos minutos después de haber dirigido su ferviente súplica al casto Esposo de María, el Consolador de los afligidos, oyó que llamaban a la puerta. Abrió la puerta con un escalofrío; le pareció que se había anunciado la temida noticia fatal. Pero, ¡oh felicidad! ve al muchacho todo confundido, que le dice llorando: «Tuve la desgracia de romper mi frasco que contenía el remedio que me diste, no quedó ni una gota.»
Es más fácil comprender que expresar la alegría que llenó el corazón de esta persona caritativa cuando vio con qué amor y prontitud San José había respondido a su oración.
Si este ejemplo atestigua el poder de San José, también nos enseña a no dejarnos detener por contratiempos y accidentes temporales. Un día, en la Eternidad, descubriremos cómo las minucias de nuestras vidas fueron orquestadas por Dios, Creador y Maestro de todas las cosas.
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Señal de la Cruz
En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y de la Madre de Dios. Amén.
Oración preparatoria
¡Oh Jesús! Vamos a caminar con Vos por el camino del calvario que fue tan doloroso para Vos. Háganos comprender la grandeza de Vuestros sufrimientos, toque nuestros corazones con tierna compasión al ver Vuestros tormentos, para aumentar en nosotros el arrepentimiento de nuestras faltas y el amor que deseamos tener por Vos.
Dígnaos aplicarnos a todos los infinitos méritos de Vuestra Pasión, y en memoria de Vuestras penas, tened misericordia de las almas del Purgatorio, especialmente de las más abandonadas.
Oh Divina María, Vos nos enseñasteis primero a hacer el Vía Crucis, obtenednos la gracia de seguir a Jesús con los sentimientos de Vuestro Corazón mientras Lo acompañabais en el camino del Calvario. Concédenos que podamos llorar con Vos, y que amemos a Vuestro divino Hijo como Vos. Pedimos esto en nombre de Su adorable Corazón. Amén.
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