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Magníficat!
¡Para la preservación del Depósito de la Fe!
¡Para que venga el Reino de Dios!
Una representación única del Belén.
En el convento de Saint-Charles, un Viernes Santo, la víspera del último día de marzo, una hermana encargada de los gastos se dio cuenta de que no había más vino; llamó a un obrero que estaba en la casa, para asegurarse de que no se equivocaba y para que intentara sacar al menos el vino suficiente para pasar el día; pero este hombre le dijo: «Su barril está vacío; no puede darle nada más.»
Al día siguiente sólo se avisó a la ecónoma, y demasiado tarde para comprar algo y traerlo el mismo día, ya que era Sábado Santo.
Consiguió algunos para las celebraciones de Pascua. Al día siguiente compró lo suficiente para llenar los dos únicos barriles de la bodega.
Pero antes de llevar el vino –dijo el mercader– debo ver si sus barriles están en buen estado. Por eso fue a visitarlos, junto con dos obreros de su casa; pero cuando intentaron levantar el tonel para sacarlo, encontraron resistencia. La ecónoma se dio cuenta y fue a ayudar. Todos se sorprenden al descubrir un barril casi lleno.
La Hermana pide que se revise el segundo barril, añadiendo con seguridad: «En éste sólo encontrarás un fondo de vinagre, pues el barril está estropeado.» Se abre; el vino fluye con mucha fuerza, en contra de la expectativa general; es excelente y no tiene el más mínimo mal sabor; ha sido claro hasta la última gota. Oh, por esta vez -exclamó el mercader-, irás al cielo, pues haces milagros.
La pobre tesorera, confundida por no haber visitado la bodega antes de comprar el vino, ¡no sabía qué decir! No pensaba ni en el milagro ni en San José.
Apenas recuperada de su confusión, abrió los ojos, al igual que todas las Hermanas. Se dijeron: «Nuestros hijos, casi todos pobres huérfanos, han rezado tan bien a San José, especialmente durante los últimos nueve días de su mes, que este buen Padre ha querido recompensar tantas súplicas.»
Los niños habían añadido buenas obras a las oraciones, y cada día las marcaban en una hoja de papel colocada a tal efecto a los pies de San José. Las hermanas tuvieron que enfrentarse a los hechos y gritaron: «Es San José quien nos protege». Le habían invocado para que les ayudara en su pobreza, pues aún no se había fundado su casa de trabajo. Sólo les bastaba con su trabajo diario para todo.
Según el cálculo del contenido de los barriles, a la vista del consumo diario, debían estar realmente vacíos. Esto ha sido atestiguado por eclesiásticos y otras personas de confianza.
Como proveedor de la Sagrada Familia, San José trabajó con el sudor de su frente para asegurar el pan de cada día. Su sabiduría y diligencia no han disminuido. Si supiéramos confiarle nuestras preocupaciones, nos daría pruebas diarias de su poder.
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