Vimos a los Apóstoles el día de Pentecostés, recibir al Espíritu Santo, y, fieles al mandato del Maestro, partir cuanto antes a enseñar a todas las naciones y a bautizar a los hombres en nombre de la Santísima Trinidad. Era natural que la solemnidad cuyo objeto es honrar a Dios uno en tres Personas, siguiese inmediata a la de Pentecostés, con quien se une por misterioso lazo. Sin embargo, hasta después de muchos siglos no fué admitida en el Año Litúrgico, que va completándose en el curso de los tiempos.
Todos los homenajes que la Liturgia rinde a Dios, tienen por objeto a la Santísima Trinidad. Los tiempos son tan Suyos como la eternidad; Ella es el término de toda nuestra religión. Cada día, cada hora La pertenecen.
Oremos
Bendita sea la Santa Trinidad y la indivisible Unidad: alabémosla, porque ha obrado con nosotros Su misericordia.
Omnipotente y sempiterno Dios, que diste a Tus siervos la gracia de conocer, en la confesión de la verdadera fe, la gloria de la eterna Trinidad, y de adorar la Unidad en la potencia de Tu Majestad: suplicámoste hagas que con la firmeza de la misma fe, seamos protegidos siempre contra toda adversidad. Por nuestro Señor.