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Magníficat!
¡Para la preservación del Depósito de la Fe!
¡Para que venga el Reino de Dios!
Una representación única del Belén.
Un terrateniente estaba haciendo cavar sótanos bajo su casa. Los albañiles habían afirmado que el suelo era lo suficientemente fuerte como para soportar la pared medianera existente, y habían descuidado las precauciones más básicas para apuntalarla. Un sábado por la noche, justo cuando estaban a punto de marcharse, el sótano comenzó a derrumbarse en la zanja, y luego se desplomó, haciendo que la pared medianera y la galera se derrumbaran con un espantoso estruendo en los sótanos excavados. El edificio quedó suspendido en el aire; la casa, sobrecargada con un peso de unos 30.000 kilos, empezaba a resquebrajarse. La noche había caído; una gran multitud, atraída por el ruido del derrumbe, rodeó la casa y esperó ansiosamente las terribles consecuencias que inevitablemente se producirían.
Sólo había una forma de salvación: ¡era recurrir a la misericordia divina para obtener un milagro! Se instó a San José, a la Santísima Virgen y a San Benito; una persona arrojó la medalla de San José al abismo. Los propietarios prometieron que, si la casa no se derrumbaba, lo atribuirían a la evidente protección del Santo cuyo nombre llevan, y que darían a conocer el milagro en todas partes.
Sin embargo, el movimiento y el agrietamiento del techo indicaban, de forma notoria y siniestra, que el derrumbe era inminente, cuando cinco valientes, encontrados a tiempo, llegaron enseguida. A riesgo de sus vidas, penetraron en las profundidades del sótano y procedieron a apuntalar el techo, con la ayuda de linternas, y colocando los puntales sobre los escombros formados por piedras, vigas rotas, tablones y muebles amontonados allí en un revoltijo.
El buen Dios les dio el valor, apenas concebible, de permanecer en esta posición crítica, bajo un peligro cierto e inevitable, que iba a alcanzarles invenciblemente y de forma repentina. Pero la casa, gracias a los santos protectores invocados, pudo sostenerse a tiempo: se mantuvo en pie, y tras seis semanas de desbroce y trabajo, nuevos muros sustituyeron a los puntales, y hoy todo está a salvo; a nadie le ocurrió ningún accidente, y por ello todos agradecemos profundamente al buen Dios y a nuestros grandes Santos.
Todos los testigos de esta catástrofe atribuyeron unánimemente a un milagro este retraso, que permitió a los hombres de valor convertirse en auxiliares manifiestos del poder de Dios.
En los peligros, en las contradicciones, pongamos toda nuestra confianza en Dios, pues Él es el Maestro de todo; al mismo tiempo, hagamos todos los esfuerzos como si el éxito dependiera únicamente de nosotros. Ayúdate a ti mismo y el cielo te ayudará, como dice el refrán.
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