Para la preservación del Depósito de la Fe.

¡Para que llegue el Reino de Dios!

MAGNIFICAT

La Orden del Magníficat de la Madre de Dios tiene la siguiente finalidad especial la preservación del Depósito de la Fe a través de la educación religiosa en todas sus formas. Dios la ha establecido como «baluarte contra la apostasía casi general» que ha invadido la cristiandad y en particular la Iglesia romana.

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Una historia para cada día...

Nuestra Señora del Purgatorio

Las almas liberadas del purgatorio por sus oraciones lo salvan de una trampa fatal

El Padre Luis Monaci, religioso de la Orden de Clérigos-Mineros, muy devoto de las almas pobres, viajaba solo, si es que un cristiano acompañado por su ángel de la guarda puede pensar que está solo. Llegó la noche cuando se adentró en un campo desértico, que recorrió a toda prisa para llegar a una casa donde poder detenerse hasta la mañana. Con las prisas, el buen Padre no quiso omitir una piadosa costumbre que tenía, la de aprovechar incluso el tiempo del viaje, y se puso a rezar el rosario en favor de las almas de los fieles difuntos, para que a cambio le protegieran de los peligros siempre sembrados bajo los pies del viajero. Dios le permitió experimentar de inmediato el efecto de su confianza.

No muy lejos del lugar habitado al que intentaba llegar el Padre Monaci, dos bandidos convivían con las fieras y acabaron adoptando algunas de sus costumbres. Vieron venir al religioso desde lejos, e inmediatamente se formó el plan para arrestarlo, y se tomaron medidas para ejecutarlo. Se trataba de un solo hombre, cuya defensa no les ofrecía mayor peligro. Así que prepararon una emboscada y esperaron pacientemente a su víctima, decididos a matarla si se resistía. Un momento después, oyeron el sonido de una trompeta de guerra; se levantaron a toda prisa y miraron a su alrededor. El Padre avanzó a grandes zancadas, pero delante de él caminaba un soldado armado con esta trompeta, que hizo sonar con todas sus fuerzas, y alrededor del clérigo se apretujaba una falange de soldados armados hasta los dientes, acompañándole con honor, como se haría con un general que tomara posesión de un mando militar. En cuanto al que custodiaban tan bien, parecía no tener idea de nada, rezando tranquilamente su rosario y actuando como si estuviera solo. Los bandidos se imaginaron inmediatamente que se habían equivocado de traje, que el hombre que habían tomado por un monje era simplemente un oficial enviado a perseguir a los bandidos, y escaparon lo más rápidamente posible.

Sin embargo, el Padre llegó al pueblo y entró en el albergue donde iba a permanecer hasta el día siguiente. Al cabo de unos instantes, nuestros hombres, acercándose a las casas, preguntaron dónde habían ido las tropas que habían visto; se sorprendieron de su petición, y se les dijo que no había aparecido ni un solo soldado, y que el único forastero de la noche era un pobre religioso que había sido llevado a la posada, y que ciertamente no era un guerrero en su aspecto. Cada vez más asombrados, seguros de que sus sentidos no les habían engañado, pues tanto habían oído como visto, entraron en la posada, donde eran conocidos, se acercaron al Padre con algún pretexto y le entablaron conversación. Querían saber a dónde iba, de dónde venía, y luego, tras algunas dudas, qué había sido de los que le servían de escolta. Monaci, a esta última pregunta, no supo qué responder. «He venido solo, dijo, y no sé a qué se refiere. – Pues bien, Padre, Dios habrá hecho algún milagro por vos: pues os juramos que teníais una fuerte y brillante escolta a vuestro alrededor, confesamos con cierta vergüenza, que os salvaron de nuestras manos, y que podéis deberles la vida, pues no éramos gente que rehuyera el asesinato.»

Asustado por esta confesión, el buen monje pensó que las almas por las que intercedía bien podrían haberle prestado esta ayuda en el momento de peligro. Expresó este pensamiento, y los bandidos quedaron tan impresionados por él que decidieron abrazar a su vez esta devoción. El Padre les exhortó a seguir ese buen pensamiento, y por ello a reconciliarse con Dios: lo que hicieron inmediatamente. Una habitación apartada se transformó en un confesionario, al que acudieron uno tras otro, con grandes sentimientos de contrición, para confesar sus iniquidades y prometer servir a Dios en el futuro como Sus mejores hijos.

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Señal de la Cruz

En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y de la Madre de Dios. Amén.

Oración preparatoria

¡Oh Jesús! Vamos a caminar con Vos por el camino del calvario que fue tan doloroso para Vos. Háganos comprender la grandeza de Vuestros sufrimientos, toque nuestros corazones con tierna compasión al ver Vuestros tormentos, para aumentar en nosotros el arrepentimiento de nuestras faltas y el amor que deseamos tener por Vos.
Dígnaos aplicarnos a todos los infinitos méritos de Vuestra Pasión, y en memoria de Vuestras penas, tened misericordia de las almas del Purgatorio, especialmente de las más abandonadas.

Oh Divina María, Vos nos enseñasteis primero a hacer el Vía Crucis, obtenednos la gracia de seguir a Jesús con los sentimientos de Vuestro Corazón mientras Lo acompañabais en el camino del Calvario. Concédenos que podamos llorar con Vos, y que amemos a Vuestro divino Hijo como Vos. Pedimos esto en nombre de Su adorable Corazón. Amén.