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Magníficat!
¡Para la preservación del Depósito de la Fe!
¡Para que venga el Reino de Dios!
Una representación única del Belén.
Cuando Constantino el Grande entró en Bysance, los filósofos acudieron a él y se quejaron de que se estaba introduciendo una nueva religión, el cristianismo. Pidieron al emperador que ordenara una conferencia pública entre ellos y el obispo Alejandro, para juzgar la verdad de las religiones implicadas. El emperador consintió, y Alejandro se preparó para esta lucha. Más acostumbrado a practicar la virtud que a manejar la dialéctica, sintió la dificultad de medirse con un grupo de filósofos, cuya ocupación diaria era la discusión. Sin embargo, acudió con valentía a la conferencia, en la que se sucedieron las intervenciones de estos filósofos. El obispo les exigió que eligieran a uno de ellos para que hablara en su nombre. Eligieron al más capaz, y cuando se adelantó a pronunciar su discurso, Alejandro le dijo: «¡En nombre de Cristo, cállate!». Ante estas palabras, el filósofo se quedó callado, como si le diera una apoplejía, incapaz de pronunciar una palabra. La discusión había terminado y el milagro había demostrado la verdad del cristianismo.
– En los primeros tiempos de la Iglesia los milagros eran más frecuentes porque eran necesarios para la difusión del cristianismo. Dios es como el jardinero que riega con frecuencia las plantas jóvenes, y con menos frecuencia las plantas que ya tienen raíces profundas.
– Dios hace milagros principalmente para demostrar la verdad.
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