Oh Espíritu Santo, abismo de bondad y dulzura, Os adoro y Os
agradezco todas las gracias que me habéis concedido, sobre
todo por haberme revestido de la sublime dignidad de hijo de
Dios. Desafortunadamente, no he vivido de una manera digna de
este gran privilegio. A través de mis innumerables pecados, me he
rebelado contra mi Padre celestial, Le he dado la espalda y me he
colocado entre Sus peores enemigos. Pero Os apiadasteis de mí,
oh Espíritu Santo, me incitasteis a arrepentirme y ojalá obtuvieseis
mi perdón. Me habéis devuelto mi primera dignidad, mi hermoso
título de hijo de Dios; ¡bendito seáis para siempre!
Dignaos a completar Vuestra bondad enviándome el verdadero
espíritu de los hijos de Dios: el espíritu de piedad, que me da un
amor filial y una dulce confianza en Dios, y un corazón tierno y
compasivo para mi prójimo.
Espíritu Santo, divino consolador de las almas, Os ruego, por los
méritos de Jesucristo y por la intercesión de la Virgen María, que
Os dignéis a enternecer mi corazón, que es tan duro e insensible.
Expulsad de ella la desconfianza hacia Dios y los miedos
exagerados que quitan el valor y el fervor; echad también de ella
la envidia y la dureza hacia el prójimo, tan contraria al amor que
debe reinar entre hermanos y hermanas. Entonces, oh Espíritu
Santo, el servicio de Dios me será grato, Su yugo me parecerá
dulce y ligero, mis relaciones con mi prójimo estarán impregnadas
de la dulzura celestial de Vuestra unción, y correré por el camino
de Vuestros mandamientos, porque Voso habréis dilatado mi
corazón.
Oh María, tierna Esposa del Espíritu Santo, obtenedme el hermoso
don de la Piedad. Amén.
7 Ave María, 7 Gloria al Padre.