Oh Espíritu Santo, que por Vuestro admirable don de Sabiduría
eleváis las almas a la más alta santidad, uniéndolas
estrechamente a su fin supremo, me avergüenzo de comparecer
ante Vos, yo, un miserable pecador. ¡Cuántas veces, ciego como
he estado, no he puesto mi último fin en las criaturas, buscando
en ellas las satisfacciones que mi corazón deseaba! He sido sabio
con esa sabiduría diabólica y carnal que a Vuestros ojos sólo es
abominación y locura. Hoy, iluminado por Vuestra luz divina,
reconozco mis errores, los deploro desde el fondo de mi corazón
y los odio sinceramente.
Cualquiera que sea mi indignidad, por favor enviadme la Sabiduría
divina. Sólo la Sabiduría me enseñará a gustar sólo a Dios y las
cosas de Dios, a juzgar todas las cosas según su relación con Él;
entonces todos los bienes y placeres de la tierra no me inspirarán
más que desdén. Sólo Dios será el objeto de todos mis suspiros,
de todo mi amor. Sí, Lo amaré, ese único bien, ese supremo y
eterno bien. Me uniré a Él, me transformaré en Él, y, no pudiendo
aún poseerlo y asemejarme a Él en la dicha, Lo poseeré y me
asemejaré a Él, al menos en el dolor. Que mi ambición sea, de
ahora en adelante, reproducir en mí la imagen del Hombre-Dios,
amando y buscando el desprecio y el sufrimiento. No diré más
entonces: «Quién me dará alas y volaré y descansaré», porque,
estas alas, Vuestro don de Sabiduría me las habrá dado. Gracias a
ellos, alcanzaré la meta de mis ardientes deseos. Como Vuestra
fiel Esposa, podré decir con toda la verdad: «He encontrado Al
que ama mi corazón, Lo retendré y no Lo dejaré nunca.»
Oh María, Sede de la Sabiduría, obtenedme este invaluable don
que me hará encontrar el cielo en la tierra.
7 Ave María, 7 Gloria al Padre.