«Hoy, tráeme a las almas mansas y humildes, así como a las de los niños pequeños,
y sumérgelas en Mi Misericordia. Ellas son las que más se asemejan a Mi Corazón.
Ellas Me consolaron en Mi amarga agonía. Las vi velar sobre Mis altares como
Ángeles terrenales. Sobre ellos derramo torrentes de gracia. Mi gracia sólo pueden
recibirla las almas llenas de humildad. Estas son las almas en las que pongo Mi
confianza».
Misericordiosísimo Jesús, que Vos mismo habéis dicho: «Aprended
de Mí que soy manso y humilde de Corazón», recibid en la morada
de Vuestro compasivísimo Corazón a las almas mansas y humildes,
así como a las de los niños pequeños. Estas almas llenan de alegría
todo el cielo y son especialmente amadas por el Padre celestial.
Forman un ramo de flores ante el trono divino, cuya fragancia sólo
Dios respira. Estas almas permanecen para siempre en el compasiví-
simo Corazón de Jesús, cantando sin cesar el himno del amor y de la
Misericordia por toda la eternidad.
Padre eterno, fijad Vuestra mirada misericordiosa en las almas man-
sas y humildes y en las de los niños pequeños que moran en el
Corazón compasivísimo de Jesús. Son estas almas las que más se
parecen a Vuestro Hijo. La fragancia de estas almas sube desde la
tierra hasta Vuestro trono. Padre de Misericordia y de toda bondad,
Os imploro que, por el amor y la predilección que tenéis por estas
almas, bendigáis bondadosamente al mundo entero, para que todas
las almas canten juntas la gloria de Vuestra Misericordia por toda la
eternidad. Amén.