Dios nos da seis días para trabajar y reserva el séptimo para Su
adoración. ¿Es demasiado exigente, Aquel a quien pertenece
todo el tiempo, que no nos debe ni una hora? ¡Qué ingrato, qué
fatalmente descuidado, negarle Su día, violarlo con un trabajo
tacaño, perderlo alejándonos de los servicios sagrados, profa-
narlo con diversiones pecaminosas o peligrosas! De este
modo, la fe se extingue, la humanidad se degrada como una
bestia de carga, la sociedad se ve abocada a todo tipo de
desgracias.
Si aún amamos a Dios y a nuestra patria, detengamos la ira del
cielo formando una santa cruzada, bajo la bandera de María,
para la restauración del Día del Señor.
Oh Protectora de la Cristiandad, devuélvele los tiempos felices en que
el domingo era dignamente santificado. Lamento que hasta ahora
haya sido demasiado insensible al descuido de este día sagrado. A
partir de ahora quiero hacer todo lo posible para que sea respetado
por los que me rodean y para gastarlo yo mismo en la oración, la
buena lectura y las obras santas.