«Si se convierten –dijo María a los pastorcillos–, las pie-
dras y las rocas se convertirán en trigo; las patatas se sem-
brarán por sí solas.» La bondad de Dios y de Su dulce Madre
desciende hasta nuestras debilidades. Al vernos tan insensi-
bles a los deseos de los bienes invisibles y eternos, intentan
ganarnos para el deber con el señuelo de las recompensas
materiales. Sobre todo, quieren que comprendamos de una
vez que el único remedio para todos los males que agobian a
la humanidad es la conversión de nuestros corazones.
Cuando las almas pidan perdón a Dios, se apliquen a amarlo
y a servirlo observando Sus mandamientos, Dios interven-
drá inmediatamente y salvará a la humanidad por un mila-
gro tan grande como Su Amor. Elevemos nuestras
esperanzas y deseos sólo a Dios, y que nuestra poderosa
Madre, Reconciliadora de los pecadores, nos obtenga una
sincera contrición por nuestros pecados y la generosidad de
hacer penitencia y enmendarlos.
¡Oh, Madre de la santa esperanza! Vos conocés bien nuestra
debilidad, y conocés bien el camino de nuestro corazón. Hacednos
dignos de las promesas que nos hacéis. Dadnos la suficiente
generosidad para ayudar a nuestros hermanos sacrificándonos por
su salvación, pero sobre todo, haced que nuestros corazones
deseen los tesoros del cielo.