Para la preservación del Depósito de la Fe.

¡Para que llegue el Reino de Dios!

MAGNIFICAT

La Orden del Magníficat de la Madre de Dios tiene la siguiente finalidad especial la preservación del Depósito de la Fe a través de la educación religiosa en todas sus formas. Dios la ha establecido como «baluarte contra la apostasía casi general» que ha invadido la cristiandad y en particular la Iglesia romana.

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2do domingo después de la Epifanía – Las bodas de Cana

Jesús cambia el agua en vino
Y, faltando el vino, Le dijo la Madre de Jesús: No tienen vino.

Introito

Adórete, oh Dios, toda la tierra, y salmodie en Tu honor: diga un salmo a Tu nombre, ¡oh, Altísimo! Salmo: Tierra toda, canta jubilosa a Dios, di un salmo a Su nombre: dale gloria y alabanza.

Oración

Omnipotente y eterno Dios, que gobiernas a un tiempo las cosas celestes y las terrenas: escucha clemente las súplicas de Tu pueblo, y concede Tu paz a nuestros tiempos. Por el mismo Señor Jesucristo…

Epístola 

Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Romanos. (XII, 6-16.)

Hermanos: Poseemos dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada: bien (el don) de profecía, conforme a la fe; el de ministerio, para ejercerlo en el ministerio; el de enseñanza para el que enseña: el de exhortación para el que exhorta; el de simplicidad para el que distribuye; el de solicitud para el que preside; el de alegría para el que ejerce la misericordia. Sea vuestro amor sin disimulo; odiad el mal, apegaos al bien; amáos mutuamente con fraternal caridad; prevenios con mutuo honor; no seáis perezosos en el cuidado; sed fervorosos de espíritu; servid al Señor; gozaos en la esperanza; sed sufridos en la tribulación; perseverad en la oración; asociaos a las necesidades de los santos; seguid la hospitalidad. Bendecid a los que os persigan; bendecid y no maldigáis. Alegráos con los que se alegren, llorad con los que lloren. Sentid todos lo mismo; no ambicionéis cosas altas, sino acomodáos a las humildes.

Reflexión sobre la Epístola

por el Padre Ambroise Guillois

El Apóstol San Pablo, después de haber enseñado a los fieles que todos eran un solo cuerpo compuesto de varios miembros, les hace comprender que la diferencia entre estos miembros no debe perjudicar su mutua unión; que no todos tienen la misma función; que cada miembro debe hacer exactamente lo suyo, sin asumir la función de otro; que Dios, habiéndonos dotado a todos de diferentes dones, nuestro deber es hacer buen uso de ellos, y hacer que contribuyan a la felicidad de todos. El que tenga el don de enseñar, que enseñe a los demás; el que tenga el don de exhortar y predicar, que exhorte y predique con celo, con unción, y de manera que sea útil a aquellos a quienes habla; el que da limosna, que lo haga con un espíritu recto y sencillo, es decir, sin buscar la gloria de ella, y sin demasiado temor a ser engañado por aquel a quien da: La pobreza fingida y simulada que quita la limosna no le quita el mérito; que el magistrado haga justicia imparcialmente; que el soldado defienda el Estado con valor e intrepidez; que los padres y las madres se ocupen de educar a sus hijos en la religión, en el temor y el amor al Señor; que los hijos deben ser dóciles y sumisos a sus padres y a aquellos que sus padres han hecho su autoridad; que deben advertirse mutuamente con signos de afecto e interés, y que nunca deben olvidar que servir al prójimo es servir a Dios.

Otra recomendación del Apóstol es «no exaltarnos por encima de los demás». Nada es más importante para nuestra felicidad, incluso en esta vida. De hecho, casi todas las penas que encontramos en el mundo, o que hacemos sentir a los demás, provienen de tener un sentido del yo demasiado elevado. Por eso la exigencia de tal consideración, tal sensibilidad a la más mínima desatención, tales quejas por las injusticias que los hombres cometen por mérito, tal desprecio que no podemos evitar hacer sentir a los demás, y que ellos saben vengar con quejas y desprecios mutuos. Para ser más feliz, uno casi siempre tendría que sentirse menos. Para sofocar cualquier sentimiento de orgullo o envidia en nosotros mismos, recordemos que somos miembros de un mismo cuerpo, obligados a trabajar unos para otros. Cuando miramos con los ojos de la fe a los estados más altos y más bajos, vemos poca diferencia. Los peligros de los trabajos brillantes son el contrapeso de los honores que se les atribuyen; y la tranquilidad, la seguridad para la salvación, compensa la oscuridad y el trabajo de las condiciones inferiores. Además, ¿a qué humillaciones no nos exponemos al dejarnos dominar por el orgullo y la ambición? Aspiras a una posición alta: tus defectos, tu mediocridad, tu nulidad quizás, serán mejor vistos, y estarás menos inclinado a ser indulgente contigo. Los altos cargos, los trabajos eminentes, se utilizan más a menudo para dar a conocer el mérito y los talentos que uno debería tener, que los que tiene en realidad. Así que no aspiremos a lo que es grande, sino que aceptemos lo que es más bajo y humilde, y no nos elevemos por encima de nuestros hermanos y hermanas.

Gradual

El Señor envió Su Verbo y los sanó: y los libró de la muerte. Alaben al Señor Sus misericordias: y Sus maravillas con los hijos de los hombres. Aleluya, aleluya. Alabad al Señor todos Sus Ángeles: alabadle todos Sus ejércitos. Aleluya.

Evangelio

Continuación del santo Evangelio según San Juan. (II, 1-11.)

En aquel tiempo se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la Madre de Jesús estaba allí. Y fue llamado también Jesús y Sus discípulos a las bodas. Y, faltando el vino, Le dijo la Madre de Jesús: No tienen vino. Y Le dijo Jesús: ¿Qué Nos importa a Ti y a Mí, Mujer? Aún no ha llegado Mi hora. Dijo Su Madre a los servidores: Haced cuanto El os diga. Y había allí seis tinajas de piedra, dispuestas para el lavado de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros. Díjoles Jesús: Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta el borde. Y díjoles Jesús: Sacad ahora y llevad al maestresala. Y llevaron. Y, cuando el maestresala saboreó el agua hecha vino, que no sabía de dónde procedía (peno sí lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua), llamó al esposo el maestresala, y le dijo: Todo hombre pone primero el vino bueno: y cuando se han saciado, entonces presenta el peor: mas, tú has guardado el buen vino hasta ahora. Este primer milagro hizo Jesús en Caná de Galilea: y manifestó Su gloria, y creyeron en El Sus discípulos.

Reflexión sobre el Evangelio

Han preparado un banquete, un banquete nupcial; a él asiste la Madre de Jesús, porque es conveniente que, después de haber cooperado al misterio de la Encarnación del Verbo, sea asociada a todas las obras de Su Hijo, a todas las gracias que prodiga a Sus elegidos. En medio del banquete, llega a faltar el vino: Hasta entonces la Gentilidad no había conocido el dulce vino de la Caridad; la Sinagoga sólo había producido racimos silvestres. Cristo es la verdadera Viña, como El mismo dice. Sólo El podía dar el vino que alegra el corazón del hombre e invitarnos a beber de ese cáliz embriagador que David había cantado.

Dice María al Salvador: No tienen vino. Corresponde a la Madre de Dios hacerle presente las necesidades de los hombres, de quienes es también Madre. María pronunció aquellas palabras que repite sin cesar a todos Sus hijos: «Haced lo que El os diga.»

Pero cuando llega el Emmanuel, no hay ya mas que una palabra posible: «Sacad ahora.» El vino de la nueva Alianza, el vino que había sido guardado para el fin llena ya todas las tinajas. Al tomar nuestra naturaleza humana, naturaleza débil como el agua, operó El una transformación; elevóla hasta Sí mismo, haciéndonos participantes de la naturaleza divina; nos hizo capaces de unirnos a Él, de formar ese Cuerpo de que es Cabeza, esa Iglesia de quien es Esposo, y a la que amó desde toda la eternidad con un amor tan ardiente, que bajó desde el cielo para desposarse con ella.

¡Oh suerte admirable la nuestra! Dios Se ha dignado, como dice el Apóstol mostrar las riquezas de Su gloria en vasos de misericordia. Las tinajas de Caná, símbolos de nuestras almas, eran cosas inanimadas y de ningún modo merecían tal honor. Jesús manda a los criados que las llenen de agua; y el agua sirve para purificarlas; pero no cree haber concluido hasta que las ve llenas hasta arriba de aquel vino nuevo y celestial, que sólo en el reino de Su Padre debía beberse. De modo semejante se nos comunica a nosotros la caridad divina, que reside en el Sacramento del amor; para no defraudar a Su gloria, antes de desposarse con ellas, el divino Emmanuel eleva hasta Sí nuestras almas. Dispongámonos, pues, para esta unión y según el consejo del Apóstol, hagámosnos semejantes a la Virgen pura que está destinada a un Esposo inmaculado.

El milagro de la mutación del agua en vino que la Iglesia recuerda una vez más en la antífona de la Comunión, no era más que una lejana figura de la maravillosa trasformación que acaba de realizarse en el altar, un símbolo del divino Sacramento, manjar de nuestras almas, en el cual se opera de un modo inefable nuestra unión con Dios.

– Aumenta, Señor, Tu poderosa acción en nuestras almas para que la recepción de Tus divinos sacramentos nos prepare para recoger los bienes eternos de los que son promesa.

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En todas nuestras necesidades, imploremos a nuestra buena Madre del Cielo, que obra prodigios de gracia cada día en el lugar bendito de Lourdes, donde nos manifiesta Su amor de manera especial.

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En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y de la Madre de Dios. Amén.

Oración preparatoria

¡Oh Jesús! Vamos a caminar con Vos por el camino del calvario que fue tan doloroso para Vos. Háganos comprender la grandeza de Vuestros sufrimientos, toque nuestros corazones con tierna compasión al ver Vuestros tormentos, para aumentar en nosotros el arrepentimiento de nuestras faltas y el amor que deseamos tener por Vos.
Dígnaos aplicarnos a todos los infinitos méritos de Vuestra Pasión, y en memoria de Vuestras penas, tened misericordia de las almas del Purgatorio, especialmente de las más abandonadas.

Oh Divina María, Vos nos enseñasteis primero a hacer el Vía Crucis, obtenednos la gracia de seguir a Jesús con los sentimientos de Vuestro Corazón mientras Lo acompañabais en el camino del Calvario. Concédenos que podamos llorar con Vos, y que amemos a Vuestro divino Hijo como Vos. Pedimos esto en nombre de Su adorable Corazón. Amén.