La Orden del Magníficat de la Madre de Dios tiene la siguiente finalidad especial la preservación del Depósito de la Fe a través de la educación religiosa en todas sus formas. Dios la ha establecido como «baluarte contra la apostasía casi general» que ha invadido la cristiandad y en particular la Iglesia romana.
En el convento de los Hermanos Menores de París, murió un religioso cuya eminente piedad le había llevado a ser llamado la Angélica. Entre sus cohermanos había un erudito lector de teología, que, aunque no ignoraba la obligación común de celebrar tres misas en favor de cada monje que muriera en el convento, omitió cumplir con este deber en esta circunstancia: le parecía innecesario interceder por un alma cuya vida había sido tan virtuosa. Pero al cabo de unos días vio de repente al difunto aparecer ante sus ojos, y le oyó decirle con voz lamentable: «Querido Maestro, te ruego que tengas compasión de mí.» Asombrado por esta aparición y petición, respondió: «¿Por qué, alma santa, qué necesidad tienes de mi ayuda? – Estoy detenido en los fuegos del purgatorio -dijo el difunto-, esperando las tres misas que ibas a celebrar por mí. – Ah! -respondió el religioso-, lo habría hecho con alegría; pero, pensando en la santa vida que llevasteis entre nosotros, imaginé que la corona os había sido entregada inmediatamente al dejar este mundo. – Desgraciadamente, dijo el difunto, nadie comprende la severidad con la que Dios juzga y castiga a su criatura. Si, con todo tu conocimiento, hubieras entendido la majestad divina, no me habrías tratado tan cruelmente». El teólogo celebró el Santo Sacrificio, ese día y los dos siguientes, con gran devoción, en favor de esta alma, que, al tercer día, se le volvió a aparecer para darle las gracias. Le dijo que el juicio había terminado para ella y que la interminable recompensa estaba a punto de comenzar.
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Señal de la Cruz
En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y de la Madre de Dios. Amén.
Oración preparatoria
¡Oh Jesús! Vamos a caminar con Vos por el camino del calvario que fue tan doloroso para Vos. Háganos comprender la grandeza de Vuestros sufrimientos, toque nuestros corazones con tierna compasión al ver Vuestros tormentos, para aumentar en nosotros el arrepentimiento de nuestras faltas y el amor que deseamos tener por Vos.
Dígnaos aplicarnos a todos los infinitos méritos de Vuestra Pasión, y en memoria de Vuestras penas, tened misericordia de las almas del Purgatorio, especialmente de las más abandonadas.
Oh Divina María, Vos nos enseñasteis primero a hacer el Vía Crucis, obtenednos la gracia de seguir a Jesús con los sentimientos de Vuestro Corazón mientras Lo acompañabais en el camino del Calvario. Concédenos que podamos llorar con Vos, y que amemos a Vuestro divino Hijo como Vos. Pedimos esto en nombre de Su adorable Corazón. Amén.
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