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Magníficat!
¡Para la preservación del Depósito de la Fe!
¡Para que venga el Reino de Dios!
Una representación única del Belén.
Sería difícil expresar cuán grandes fueron las tribulaciones a través de las cuales Dios probó y purificó la virtud de San Elzéar, Barón de Ansouis y Conde de Ariano. Fue despojado injustamente de sus bienes, de su honor, y tuvo que soportar otros males. En medio de todas sus penas, nunca se le vio dar la menor señal de molestia; nunca la más mínima impaciencia. Un día, la condesa Delphine, su esposa, al preguntarle de dónde podía venir esta tranquilidad imperturbable, le respondió:
«Cuando me llega alguna aflicción, en seguida me escondo en las heridas de Jesucristo; considero allí todo lo que ha sufrido por mí, y desde entonces mis penas parecen ligeras.»
Otro día, para consolar a la Condesa su esposa, que estaba apenada por su causa, le mandó que cuando tuviera deseo de encontrarlo, lo buscara en la herida del Corazón de Jesús, porque era el lugar donde se retiraba ordinariamente, que allí estaba seguro, y que allí probaba dulzuras amargas y amarguras llenas de dulzura, de las que su alma recibía indecible consuelo.
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