La Orden del Magníficat de la Madre de Dios tiene la siguiente finalidad especial la preservación del Depósito de la Fe a través de la educación religiosa en todas sus formas. Dios la ha establecido como «baluarte contra la apostasía casi general» que ha invadido la cristiandad y en particular la Iglesia romana.
Un día que San Juan de Dios había salido de madrugada a pedir provisiones, cruzaba la gran calle de Gomelez, que ya estaba llena de gente, cuando de repente se vio frente a un gran señor que iba hacia la Alhambra y subía por la calle. Porque en Granada, donde las calles principales están abovedadas a causa de los acueductos, los carruajes están prohibidos. Le fue imposible apartarse bien, empujado como estaba por la multitud, y agobiado por una gran cesta que llevaba en el brazo. Esta cesta atrapó, a su pesar, el abrigo del caballero y se lo quitó del hombro. El orgulloso español le desafió airadamente: «Necio, le dijo, ten cuidado por dónde andas. – Perdona, hermano, respondió el Santo, no lo hice a propósito». Acostumbraba a hablar así a todo el mundo. Pero el caballero, picado por oírse tratar tan familiarmente por un miserable desconocido, no pudo contenerse más y le dio un golpe. «Ah, me lo he merecido, dijo Juan, y puedes darme un segundo». El noble señor, aún más indignado por no haber recibido ninguna disculpa, hizo señas a los criados que tenía a su cargo para que se deshicieran de aquel maleducado y lo castigaran con importancia. Al instante se produjo una escena de azotes y puñetazos que detuvo a todos los transeúntes. Al ruido que se hizo, Juan de Torre, hombre honrado del barrio, se acercó corriendo, y al ver lo que sucedía, «Bueno, hermano Juan de Dios, gritó, ¿qué pasa?». Al oír el nombre del Santo, el caballero se volvió asombrado y consternado; se adelantó para arrojarse a sus pies. «¿Eres Vos, entonces –dijo–, de quien todo el mundo habla con tantos elogios?»
El Santo le relevó con diligencia; al final se abrazaron, se pidieron perdón mutuamente y se separaron. El caballero le invitó, poco después, a cenar a su casa; pero no pudo conseguirlo, sin duda porque el Santo preveía que sería recibido allí con honor. Contestó que los cuidados del hospital no le dejaban tiempo. Pero esto no pudo impedir que este generoso señor le enviara cincuenta coronas de oro.
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