La Orden del Magníficat de la Madre de Dios tiene la siguiente finalidad especial la preservación del Depósito de la Fe a través de la educación religiosa en todas sus formas. Dios la ha establecido como «baluarte contra la apostasía casi general» que ha invadido la cristiandad y en particular la Iglesia romana.
En el siglo IV, vivía en África una mujer cristiana llamada Mónica, que, amando a Dios con todo su corazón, se afligió al ver que su hijo, Agustín, llevaba una vida de disipación y desorden. No dejaba de llorar por su desdichado hijo, y su dolor no era menor que el de las madres que ven morir a su único hijo. Es que, a los ojos de la fe, su hijo, que vivía en el estado habitual de pecado, le parecía muerto.
Mónica fue un día a ver al piadoso obispo de Milán, San Ambrosio, y le contó su dolor, y le rogó que viera a su hijo y tratara de devolverle mejores sentimientos. «Ve, respondió el obispo, y sigue haciendo lo que estás haciendo. Porque es imposible que un hijo, llorado con tantas lágrimas, perezca». Esta palabra devolvió la confianza a la pobre madre, que la recibió como si hubiera salido de la boca del propio Dios.
Continuó durante mucho tiempo derramando lágrimas con oraciones ante el santo altar. Iba a la iglesia dos veces al día, asistía a la Santa Misa cada mañana y daba abundantes limosnas a los pobres.
Por fin, el buen Dios se dejó conmover por las súplicas de su piadosa sierva, que no le pidió ni oro ni plata, sino la curación del alma y la salvación eterna de su hijo. Agustín se convirtió, deploró los errores de su juventud, se hizo sacerdote y obispo, y fue uno de los más ilustres doctores de la Iglesia, y hoy es honrado como santo o gran amigo de Dios. Es San Agustín, obispo de Hipona.
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Señal de la Cruz
En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y de la Madre de Dios. Amén.
Oración preparatoria
¡Oh Jesús! Vamos a caminar con Vos por el camino del calvario que fue tan doloroso para Vos. Háganos comprender la grandeza de Vuestros sufrimientos, toque nuestros corazones con tierna compasión al ver Vuestros tormentos, para aumentar en nosotros el arrepentimiento de nuestras faltas y el amor que deseamos tener por Vos.
Dígnaos aplicarnos a todos los infinitos méritos de Vuestra Pasión, y en memoria de Vuestras penas, tened misericordia de las almas del Purgatorio, especialmente de las más abandonadas.
Oh Divina María, Vos nos enseñasteis primero a hacer el Vía Crucis, obtenednos la gracia de seguir a Jesús con los sentimientos de Vuestro Corazón mientras Lo acompañabais en el camino del Calvario. Concédenos que podamos llorar con Vos, y que amemos a Vuestro divino Hijo como Vos. Pedimos esto en nombre de Su adorable Corazón. Amén.
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