La Orden del Magníficat de la Madre de Dios tiene la siguiente finalidad especial la preservación del Depósito de la Fe a través de la educación religiosa en todas sus formas. Dios la ha establecido como «baluarte contra la apostasía casi general» que ha invadido la cristiandad y en particular la Iglesia romana.
Cada vez más deseoso de propagar la devoción al Santo Rosario, Santo Domingo hubiera querido recorrer el mundo, para enseñarlo a todos los hombres. En Lombardía convirtió a cien mil herejes por este medio. Él mismo pasaba gran parte de las noches rezando tres rosarios: uno por él, otro por los pecadores y el último por las almas del purgatorio. Toda su vida se aplicó fielmente a esta práctica, incluso cuando el trabajo y la fatiga abrumaban su cuerpo, agotado por la penitencia. Durante estos tres rosarios, siempre se imponía una disciplina sangrienta. ¡Y qué éxito tuvo en sus viajes apostólicos!
Un día, mientras predicaba en la orilla del mar ante una gran multitud, unos piratas lo agarraron y lo secuestraron a la vista de la gente, que no pudo rescatarlo. Un acontecimiento tan trágico le dio la oportunidad de realizar nuevas conquistas. Pues una furiosa tempestad, surgida por una disposición divina, puso al barco a un palmo de su perdición. Entonces estos hombres, todos ellos mahometanos, imploraron la asistencia de Domingo ante Dios. El Santo primero les hizo renunciar a Mahoma; les instó a pedir el bautismo y a abrazar la práctica del Santo Rosario. Una vez obtenidas estas tres cosas, calmó milagrosamente la tormenta y el barco desembarcó en Bretaña. Allí bautizó a sus nuevos conversos y estableció para ellos la Cofradía del Rosario.
Es un acto admirable de la Providencia entregar al Santo en manos de sus enemigos, para hacer de ellos amigos de Dios y servidores de la Reina del Cielo. Convirtámonos, como Santo Domingo, en celosos propagadores de la devoción del Rosario. Así aseguraremos la salvación de todos aquellos a los que se la hayamos inculcado eficazmente.
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Señal de la Cruz
En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y de la Madre de Dios. Amén.
Oración preparatoria
¡Oh Jesús! Vamos a caminar con Vos por el camino del calvario que fue tan doloroso para Vos. Háganos comprender la grandeza de Vuestros sufrimientos, toque nuestros corazones con tierna compasión al ver Vuestros tormentos, para aumentar en nosotros el arrepentimiento de nuestras faltas y el amor que deseamos tener por Vos.
Dígnaos aplicarnos a todos los infinitos méritos de Vuestra Pasión, y en memoria de Vuestras penas, tened misericordia de las almas del Purgatorio, especialmente de las más abandonadas.
Oh Divina María, Vos nos enseñasteis primero a hacer el Vía Crucis, obtenednos la gracia de seguir a Jesús con los sentimientos de Vuestro Corazón mientras Lo acompañabais en el camino del Calvario. Concédenos que podamos llorar con Vos, y que amemos a Vuestro divino Hijo como Vos. Pedimos esto en nombre de Su adorable Corazón. Amén.
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