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Magníficat!
¡Para la preservación del Depósito de la Fe!
¡Para que venga el Reino de Dios!
Santa Catalina de Siena juró desde su infancia vivir en castidad. Cuando entró en religión, el demonio no dejó de atormentarla con horribles pensamientos y representaciones contra la santa virtud de la pureza, pero ella nunca dio el menor consentimiento, sin dejar de rezar y resistir la tentación. Un día, cuando había sido sometida a una tentación más violenta de lo habitual, y el enemigo se había retirado finalmente, Jesucristo Se le apareció para consolarla. «¿Dónde estabas, oh mi divino Esposo -dijo-, cuando me vi en una situación tan terrible? – Yo estaba contigo, respondió Nuestro Señor. – ¿Estabas en medio de las abominaciones que rodeaban mi alma? – Esas abominaciones, respondió el Salvador, no te contaminaron, porque te resultaron aborrecibles; así que la lucha que sostuviste fue una fuente de mérito para ti.»
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